sábado, 23 de febrero de 2013


El año de la fe y la cuaresma: abstinencia y cariad.

 

      El día pasado reflexionábamos sobre la oración como diálogo de amigo a amigo del creyente y Dios. Dinámica de comunión con Dios que me ha creado, que me quiere y me confía una misión. En su reflexión cuaresmal, Benedicto XVI, nos hace esta pregunta:

“¿Cultivo mi amistad y unión con Dios? La medida de mi unión con Dios, la verdadera oración, es la medida auténtica de mi amor a los hermanos.”

       El cristiano, nos dice el Papa, es una persona conquistada por el amor de Cristo y, movido por este amor, está abierto de modo profundo y concreto al amor al prójimo. Esta actitud nace de la conciencia de que el Señor nos ama, nos perdona, nos sirve, se inclina a lavar los pies de los apóstoles y se entrega a sí mismo en la cruz para atraer a la humanidad al amor de Dios.”

        En esta sociedad en la que vivimos, para servir, es necesario hacerse uno consigo mismo y dejar de ser una hoja que los vientos la llevan para aquí y para allá sin ningún control; y no hay mejor camino que el dominar todo aquello, material y psicológico que se me presenta como apetitoso y vestido de mentira que me dice que si lo hago, consumo o “someto” seré más feliz. El cristiano no nació ayer, lleva 2000 años de historia a las espaldas y sabe que el volar contra corriente, desde el evangelio, es mucho más constructivo que someterse a las bandadas del viento. A eso se le llama abstinencia, que quizás ha quedado ridiculizada al centrarla en “no comer carne y sí pescado”. En los pueblos agrícolas así se hacía dentro de un conjunto de otras acciones y beneficios (limosna, salud, mortificación, conversión), liberación, conquista de libertad para llegar a la Pascua disponible para servir al Señor y a los hermanos. Hoy, hemos de descubrir el sentido de la necesaria abstinencia y no cosificarnos en la carne y el pescado como si fuera un sacramento. Hemos de buscar caminos de mayor liberación que potencien nuestro crecimiento en la fe y disponibilidad para servir al hermano en sus necesidades.

        La Crisis que vivimos nos pide solidaridad, caridad compartida y acciones. Necesitamos, primero, colocar a Dios en el centro de nuestra vida, para que su fuente de luz y amor vivo nos haga personas de Caridad, por eso y ante la situación actual, Benedicto XVI, nos decía “es importante recordar que la mayor obra de caridad es precisamente la evangelización, es decir, el «servicio de la Palabra». Ninguna acción es más benéfica y, por tanto, caritativa hacia el prójimo que partir el pan de la Palabra de Dios, hacerle partícipe de la Buena Nueva del Evangelio, introducirlo en la relación con Dios: la evangelización es la promoción más alta e integral de la persona humana.”
        Estamos llamados a compartir bienes, pero no podemos olvidar que, hoy, el bien más necesario es dar a conocer a Jesucristo. Con Santa Teresa, podemos decir: “Quien a Dios tiene, nada le falta” Eso es caridad.

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