CARTA AL EMMO. Y RVDMO. SEÑOR CARDENAL, ANTONIO Mª ROUCO Y VARELA
Eminentísimo y Reverendísimo
Señor Antonio Mª Rouco y Varela, Cardenal-Arzobispo de Madrid y Presidente de
la Conferencia Episcopal Española.
Mi nombre es Juan Zapatero
Ballesteros, sacerdote de la diócesis Barcelona, que se esfuerza por vivir el
proyecto de Jesús, la mayor parte de veces con muy poco acierto, intentado
servir lo más evangélicamente posible a la Iglesia desde la misión que se me ha
confiado.
Antes de nada, quisiera pedirle
que tuviera a bien disculpar este atrevimiento por mi parte, pues no en vano
estoy convencido que tiene usted menesteres muy importantes que atender; más
aún en estos momentos en qué, como Cardenal de la Santa Madre Iglesia, tengo la
certeza que estará dedicado de lleno a la oración, pidiendo al Espíritu Santo
que les asista con su luz tanto a usted como al resto del Colegio Cardenalicio
en la difícil misión de escoger de aquí a pocos días al nuevo Vicario de
Cristo, después de la renuncia del actual Papa, Benedicto XVI.
El motivo de mi misiva es sobre
un problema, quizás demasiado simple como para que, sin querer, no hayan caído
en la cuenta ni usted ni el resto de obispos que forman la Conferencia
Episcopal Española. Es normal, pues ¡tienen ustedes tantos problemas, realmente
serios por cierto, a los cuales intentar dar respuesta! Me vienen a la mente,
entre otros, hacer frente a las desviaciones litúrgicas que en numerosos
centros de culto se están llevando a cabo cada día, o a la lucha por hacer
frente a tantas depravaciones morales contrarias a la doctrina de la Santa
Madre Iglesia, etc. Por ello, se dará cuenta enseguida que, si lo comparamos
con lo anterior, el problema del cual le quiero hablar es ciertamente de
segunda categoría.
No obstante, insisto, Señor
Cardenal, que perdone esta mi osadía. Mi insistencia se debe al hecho que tengo
miedo que, a pesar de lo baladí del problema, lleguen ustedes tarde a aportar
su pequeño granito de arena en aras de su solución. ¡Perdone mi error!, Señor
Cardenal, pues no lo hecho con mala intención. He dicho pequeño granito de
arena, después de caer en la cuenta que ustedes siguen siendo muy importantes
en nuestro País; por la cual cosa creo que eso de las pequeñeces no va con
ustedes y, por tanto, respecto al problema que nos atañe, su aportación sería
muy grande. ¡Vaya, para según quién, sería incluso un bombazo!
Me refiero, Señor Cardenal, al
tan traído tema de los desahucios. Ya sé que los banqueros no querrían que
pasasen estas cosas, ni mucho menos; seguro que también ellos sufren y lo pasan
mal. Y lo mismo el Gobierno y los dirigentes políticos. Además, según he podido
escuchar en algunas tertulias de una cadena de televisión que depende de
ustedes, no se puede atacar a la Banca de manera tan directa (una Banca, por
otra parte, que de tanto en tanto contribuye con donativos muy generosos al
buen funcionamiento de la Iglesia) ni permitir que el sistema financiero
quiebre, si realmente hacemos caso de lo que piden las personas desahuciadas y
todas las que les apoyan.
Puede ocurrir que, si nos
dedicamos a estas cosas humanas, corramos el riesgo de distraernos en el
propósito de profundizar en las exigencias del tiempo que estamos viviendo, la
Santa Cuaresma: el ayuno, la abstinencia, las disciplinas, las penitencias,
etc.
Sin embargo, hace unos días,
Señor Cardenal, quedé turbado por un momento, aunque después pensé que pudiera
tratarse más bien de una tentación, al leer unas palabras del profeta Isaías
(58,6-7) que decían cosas tan gordas como “El
ayuno que me resulta grato, ¿no consiste más bien en romper las cadenas de la
injusticia y desatar las correas del yugo, poner en libertad a los oprimidos y
romper toda atadura? ¿No está, pues, el verdadero ayuno en compartir tu pan con
el hambriento y en dar refugio a los pobres sin techo, vestir al desnudo y no
dejar de lado a tus semejantes?”
Ya sé también que, según los
medios que he citado hace un momento, la mayoría de quienes padecen estos
desahucios son culpables por haber intentado vivir por encima de sus
posibilidades. Quizás sea verdad. Pero no le parece, Señor Cardenal, que no
estaría de más brindarles una segunda oportunidad, tal y como parece decir
Jesús cuando recordaba a sus discípulos que “Se
había de perdonar hasta setenta veces siete” (Mt 18,21-35).
Quiero acabar para no robarle más
tiempo. Sé de sobras que lo realmente importante es la unión indestructible del
matrimonio y la santidad de la familia, por cuyas intenciones usted y sus
hermanos rezan sin cesar.
Señor Cardenal: si a usted y a
los demás obispos les sobra un poco de tiempo de esa tan noble tarea, ¡por
favor, diríjanse con voz bien alta a quienes tienen poder para parar tanto
dolor y sufrimiento que no hace más que destrozar a muchas personas y también a
muchas familias; por quienes, no me cabe la menor duda, hace tiempo ya vienen
rezando!
Su afectísimo en Cristo:
Juan Zapatero Ballesteros
(Eclesalia Informativo autoriza y recomienda
la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).
ecleSALia 21 de febrero de 2013
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