Francisco: "Los curas no pueden ser solo gestores, tienen que ir donde
hay sufrimiento"
"No es en autoexperiencias, ni en
introspecciones donde vamos a encontrar al Señor"
Nuestra gente
agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su vida cotidiana, cuando
ilumina las situaciones límites, las periferias
Francisco abrió
hoy el Triduo Pascual, el primero de su pontificado, con la Misa Crismal, en
cuya homilía dijo que el sacerdote no puede ser un gestor, tiene que salir a la
"periferia", donde hay sufrimiento, sangre derramada, ceguera que
desea ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones".
"No es en
autoexperiencias, ni en introspecciones reiteradas donde vamos a encontrar al
Señor. Los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando
de uno a otro, lleva a minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en
la medida en que salimos con fe a dar el Evangelio a los demás, a dar la poca
unción que tengamos a los que no tienen nada de nada", afirmó.
La Misa Crismal marca
el comienzo del Triduo Pascual, centro y culmen del Año Litúrgico, y se celebra
el Jueves Santo, día en que se conmemora la institución de los sacramentos de
la Eucaristía y del Orden Sacerdotal por Jesucristo durante la Ultima Cena,
según la tradición cristiana.
Así, durante el
rito, celebrado a primeras horas de la mañana en la basílica de San Pedro del
Vaticano, al que asistieron unas 10.000 personas, los 1.600 sacerdotes
presentes renovaron sus promesas (pobreza, castidad y obediencia) y Francisco
destacó en su homilía lo que significa ser cura y sus obligaciones.
El papa Bergoglio
dijo que el sacerdote que sale poco de sí, que unge poco a sus fieles "se
pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es capaz de activar lo más hondo de
su corazón presbiteral".
"El que no
sale de sí, en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en
intermediario, en gestor. Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el
gestor 'ya tienen su paga', y puesto que no ponen en juego la propia piel, ni
el corazón, tampoco reciben un agradecimiento afectuoso que nace del
corazón", denunció.
El Obispo de Roma
agregó que de ahí proviene precisamente la insatisfacción de algunos
sacerdotes, "que terminan tristes y convertidos en una especie de
coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de ser pastores con
'olor a oveja', pastores en medio de su rebaño y pescadores de hombres".
Francisco añadió
que "la llamada crisis de identidad sacerdotal" amenaza a todos y se
suma a una crisis de civilización, pero que si los sacerdotes "sabemos
atravesar la ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las
redes".
Durante la misa,
Francisco bendijo el Óleo de los catecúmenos, el de los enfermos y el Crisma
(aceite y bálsamos mezclados), que le fueron presentados en tres grandes jarras
de plata.
Estos óleos son
bendecidos el Jueves Santo por los obispos y se utilizan para ungir a los que
se bautizan, a los que se confirman y para la ordenación sacerdotal. El rito se
celebra en todas las catedrales del mundo.
Este año el aceite
bendecido procede de una empresa española de Castelseras, en la provincia
aragonesa de Teruel.
Refiriéndose al
aceite consagrado, el papa dijo que su unción, "como dijo claramente el
Señor", es para los pobres, para los cautivos, para los enfermos, para los
que están tristes y solos.
"La unción no
es para perfumarnos a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en
un frasco, ya que se pondría rancio el aceite... y amargo el corazón".
El pontífice dijo
también que al buen sacerdote se le reconoce "por cómo anda ungido su
pueblo" y aseguró que cuando los fieles están ungidos con óleo de alegría
se le nota, "por ejemplo, cuando sale de la misa con cara de haber
recibido una buena noticia".
"Nuestra gente
agradece el Evangelio predicado con unción, agradece cuando el evangelio que
predicamos llega a su vida cotidiana, cuando ilumina las situaciones límites,
las periferias donde el pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que
quieren saquear su fe", subrayó.
Francisco pidió a
los fieles que acompañen a los sacerdotes con el afecto y la oración, para que
sean siempre Pastores según el corazón de Dios.
El papa Francisco
se trasladará esta tarde de Jueves Santo a la cárcel de menores de Casal del
Marmo, en las afueras de Roma, para celebrar la misa de la Última Cena, en la
que lavará los pies a doce jóvenes reclusos. (RD/Agencias)
Texto completo de la homilía del Santo
Padre:
Queridos hermanos y
hermanas
Celebro con alegría
la primera Misa Crismal como Obispo de Roma. Saludo a todos con afecto,
especialmente a ustedes, queridos sacerdotes, que hoy recuerdan, como yo, el
día de la ordenación.
Las Lecturas nos
hablan de los «Ungidos»: el siervo de Yahvé de Isaías, David y Jesús, nuestro
Señor. Los tres tienen en común que la unción que reciben es para ungir al
pueblo fiel de Dios al que sirven; su unción es para los pobres, para los
cautivos, para los oprimidos... Una imagen muy bella de este «ser para» del
santo crisma es la del Salmo: «Es como óleo perfumado sobre la cabeza, que se
derrama sobre la barba, la barba de Aarón, hasta la franja de su ornamento»
(Sal 133,2). La imagen del óleo que se derrama, que desciende por la barba de
Aarón hasta la orla de sus vestidos sagrados, es imagen de la unción sacerdotal
que, a través del ungido, llega hasta los confines del universo representado
mediante las vestiduras.
La vestimenta
sagrada del sumo sacerdote es rica en simbolismos; uno de ellos, es el de los
nombres de los hijos de Israel grabados sobre las piedras de ónix que adornaban
las hombreras del efod, del que proviene nuestra casulla actual, seis sobre la
piedra del hombro derecho y seis sobre la del hombro izquierdo (cf. Ex
28,6-14). También en el pectoral estaban grabados los nombres de las doce
tribus de Israel (cf. Ex 28,21). Esto significa que el sacerdote celebra
cargando sobre sus hombros al pueblo que se le ha confiado y llevando sus
nombres grabados en el corazón. Al revestirnos con nuestra humilde casulla,
puede hacernos bien sentir sobre los hombros y en el corazón el peso y el
rostro de nuestro pueblo fiel, de nuestros santos y de nuestros mártires.
De la belleza de lo
litúrgico, que no es puro adorno y gusto por los trapos, sino presencia de la
gloria de nuestro Dios resplandeciente en su pueblo vivo y consolado, pasamos a
fijarnos en la acción. El óleo precioso que unge la cabeza de Aarón no se queda
perfumando su persona sino que se derrama y alcanza «las periferias». El Señor
lo dirá claramente: su unción es para los pobres, para los cautivos, para los
enfermos, para los que están tristes y solos. La unción no es para perfumarnos
a nosotros mismos, ni mucho menos para que la guardemos en un frasco, ya que se
pondría rancio el aceite... y amargo el corazón.
Al buen sacerdote
se lo reconoce por cómo anda ungido su pueblo. Cuando la gente nuestra anda
ungida con óleo de alegría se le nota: por ejemplo, cuando sale de la misa con
cara de haber recibido una buena noticia. Nuestra gente agradece el evangelio
predicado con unción, agradece cuando el evangelio que predicamos llega a su
vida cotidiana, cuando baja como el óleo de Aarón hasta los bordes de la
realidad, cuando ilumina las situaciones límites, «las periferias» donde el
pueblo fiel está más expuesto a la invasión de los que quieren saquear su fe.
Nos lo agradece porque siente que hemos rezado con las cosas de su vida
cotidiana, con sus penas y alegrías, con sus angustias y sus esperanzas. Y
cuando siente que el perfume del Ungido, de Cristo, llega a través nuestro, se
anima a confiarnos todo lo que quieren que le llegue al Señor: «Rece por mí,
padre, que tengo este problema...». «Bendígame» y «rece por mí» son la señal de
que la unción llegó a la orla del manto, porque vuelve convertida en petición.
Cuando estamos en esta relación con Dios y con su Pueblo, y la gracia pasa a
través de nosotros, somos sacerdotes, mediadores entre Dios y los hombres. Lo
que quiero señalar es que siempre tenemos que reavivar la gracia e intuir en
toda petición, a veces inoportunas, a veces puramente materiales, incluso
banales - pero lo son sólo en apariencia - el deseo de nuestra gente de ser
ungidos con el óleo perfumado, porque sabe que lo tenemos. Intuir y sentir como
sintió el Señor la angustia esperanzada de la hemorroisa cuando tocó el borde
de su manto. Ese momento de Jesús, metido en medio de la gente que lo rodeaba
por todos lados, encarna toda la belleza de Aarón revestido sacerdotalmente y
con el óleo que desciende sobre sus vestidos. Es una belleza oculta que
resplandece sólo para los ojos llenos de fe de la mujer que padecía derrames de
sangre. Los mismos discípulos - futuros sacerdotes - todavía no son capaces de
ver, no comprenden: en la «periferia existencial» sólo ven la superficialidad
de la multitud que aprieta por todos lados hasta sofocarlo (cf. Lc 8,42). El
Señor en cambio siente la fuerza de la unción divina en los bordes de su manto.
Así hay que salir a
experimentar nuestra unción, su poder y su eficacia redentora: en las
«periferias» donde hay sufrimiento, hay sangre derramada, ceguera que desea
ver, donde hay cautivos de tantos malos patrones. No es precisamente en
autoexperiencias ni en introspecciones reiteradas que vamos a encontrar al
Señor: los cursos de autoayuda en la vida pueden ser útiles, pero vivir pasando
de un curso a otro, de método en método, lleva a hacernos pelagianos, a
minimizar el poder de la gracia que se activa y crece en la medida en que
salimos con fe a darnos y a dar el Evangelio a los demás; a dar la poca unción
que tengamos a los que no tienen nada de nada.
El sacerdote que
sale poco de sí, que unge poco - no digo «nada» porque nuestra gente nos roba
la unción, gracias a Dios - se pierde lo mejor de nuestro pueblo, eso que es
capaz de activar lo más hondo de su corazón presbiteral. El que no sale de sí,
en vez de mediador, se va convirtiendo poco a poco en intermediario, en gestor.
Todos conocemos la diferencia: el intermediario y el gestor «ya tienen su
paga», y puesto que no ponen en juego la propia piel ni el corazón, tampoco
reciben un agradecimiento afectuoso que nace del corazón. De aquí proviene
precisamente la insatisfacción de algunos, que terminan tristes y convertidos
en una especie de coleccionistas de antigüedades o bien de novedades, en vez de
ser pastores con «olor a oveja», pastores en medio de su rebaño, y pescadores
de hombres. Es verdad que la así llamada crisis de identidad sacerdotal nos
amenaza a todos y se suma a una crisis de civilización; pero si sabemos
barrenar su ola, podremos meternos mar adentro en nombre del Señor y echar las
redes. Es bueno que la realidad misma nos lleve a ir allí donde lo que somos
por gracia se muestra claramente como pura gracia, en ese mar del mundo actual
donde sólo vale la unción - y no la función - y resultan fecundas las redes
echadas únicamente en el nombre de Aquél de quien nos hemos fiado: Jesús.
Queridos fieles,
acompañen a sus sacerdotes con el afecto y la oración, para que sean siempre
Pastores según el corazón de Dios.
Queridos
sacerdotes, que Dios Padre renueve en nosotros el Espíritu de Santidad con que
hemos sido ungidos, que lo renueve en nuestro corazón de tal manera que la
unción llegue a todos, también a las «periferias», allí donde nuestro pueblo
fiel más lo espera y valora. Que nuestra gente nos sienta discípulos del Señor,
sienta que estamos revestidos con sus nombres, que no buscamos otra identidad;
y pueda recibir a través de nuestras palabras y obras ese óleo de alegría que
les vino a traer Jesús, el Ungido. Amén.