viernes, 25 de diciembre de 2009

Dias de Navidad.

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Acabado el Adviento, nos encontramos en las fiestas en honor del Hijo de Dios, cuyo aniversario celebramos estos días, aunque no sepamos con exactitud el día y la hora de su nacimiento. Seguramente no valoramos en todo su sentido el significado del acontecimiento en la historia. Si lo analizamos bien, no es otra cosa que la manifestación del amor de Dios hacia nosotros en su Hijo Jesús. El Hijo tiene como misión limpiar la imagen del Padre que el pecado y la practica religiosa de Israel había deformado y lo primero que hace es nacer en una cuadra, cerca de los que dormían a la intemperie, manifestando así que no es verdad que Dios esté despreocupado de los pobres y necesitados, y que es menos verdad que ser pobre, necesitado, enfermo, huérfano, viuda o emigrante sea un castigo de Dios por el pecado cometido; mientras que la riqueza, el bienestar, el poder, el éxito sean consecuencia de un premio por vivir en comunión de Dios. Jesús viene a destruir este disparate ideológico que no ha conseguido, del todo, hacer perder la fe y confianza en Dios, aunque muchos le han negado su confianza y amistad.
En su vida, como nos muestran los evangelios, estará siempre al lado de los pobres y pecadores porque son los que “necesitan médico”, aunque no tiene ningún perjuicio para participar en cenas de ricos y jefes, si es invitado, su acción la realiza cambiando el corazón de los anfitriones para que sintiéndose hermanos compartan lo que tienen con los pobres, con los necesitados y devuelvan aquello que han robado.
Jesús nos trae la Verdad de Dios, a quien conoce y con quien ha vivido y nuestra verdad que sólo descubriremos cuando escuchemos su palabra y la pongamos en práctica.
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