sábado, 17 de enero de 2009

Dignidad de la mujer y el hombre en las cartas pulinas.

.
.
Me parece importante el texto de Javier Velasco, teólogo, porque nos puede ayudar en la situación actual en los progresos que se están haciendo en la igualdad hombre y mujer. Socialmente vivimos inmersos en esa igualdad que cada día va ganando mayores cimas y como creyentes nos planteamos preguntas, preguntas que son de siempre y, también, de la época de Pablo, aunque en aquella época la discriminación era mucho mayor. Leamos, reflexionemos, llevémoslo a la oración y digamos.
.
.
Dignidad de la mujer y el hombre en las cartas paulinas.
.
.
..
Introducción
.
La pregunta obligada es: ¿todo ser humano goza de la misma dignidad? Y se plantean una serie de interrogantes, complementarios del anterior: ¿gozan todos de la misma dignidad, independientemente de su lugar de nacimiento, de su condición social, de su diferencia sexual (mujer u hombre)...?, ¿tienen el mismo valor todas las vidas, todas las personas?, ¿son acreedores todos/as de los mismos derechos?
En las comunidades paulinas, al igual que en las sociedades actuales, se hacían estas preguntas. Pablo, desde la novedad del mensaje de Jesús, responderá a estas cuestiones, y lo hará en discontinuidad con muchas costumbres de la cultura de su época.Sus intuiciones marcarán un camino, del que aún quedan muchos pasos por dar.
La realidad es que tanto en el mundo judío como en el grecorromano la igualdad era una realidad inexistente. En el mundo judío no era lo mismo haber nacido hombre que mujer. Algunos textos del rabinismo nos informan sobre esta situación; aunque estos pasajes son del siglo II, muchos de ellos responden a tradiciones anteriores.
El testimonio de la mujer no era válido, igual que no tenía validez el testimonio del jugador, del usurero, del esclavo, etc. (RhSh 1,8). Era, sin lugar a dudas, considerada un ser inferior. Por eso no es de extrañar la plegaria de la Tosefta: «Dice rabí Judá: cada día se han de recitar tres bendiciones: "Bendito Aquel que no me ha hecho ni extranjero, ni mujer, ni ignorante"» (TosBer 18,493)
A la mujer le estaba vedada la lectura del texto bíblico, era un privilegio de los hombres: El marido o el padre a la mujer «puede enseñarle midrash, halajot y agadot, pero no puede instruirle en el texto bíblico; a sus hijos, sin embargo, sí puede instruirles en el texto bíblico» (Ned 4,3). Se consideraba algo inútil: «Rabí Eliezer enseña: todo el que instruye a su hija en la Torá es como el que la instruyera en cosas frívolas» (Sot 3,4).
Las diferencias no sólo eran entre hombre y mujer. Ya hemos visto en la plegaria de la Tosefta que el judío bendecía a Dios también por no ser extranjero. Los israelitas se consideraban el pueblo elegido y esto, en muchas ocasiones, significaba desprecio por todo aquel que no pertenecía a su raza y religión. Con frecuencia se referían a ellos como «perros» (cf. Mc 7,27 y par.).
Si el contraste entre libres y esclavos era patente en el judaísmo, la discriminación era mucho más grande en el mundo grecorromano. El esclavo no tenía prácticamente ningún derecho; en cualquier momento podía ser vendido, castigado al arbitrio de su amo, torturado en los tribunales públicos, estaba a merced de la crueldad y de los caprichos de su propietario. Tenía la consideración de «cosa», bajo el poder absoluto de su dueño. No obstante, ésta es una época en que en el mundo grecorromano se empiezan a levantar, cada vez más, voces entre los pensadores contra tamaña injusticia, que conseguirán que progresivamente se vaya flexibilizando la legislación sobre la esclavitud. Juvenal es un ejemplo claro, en sus Sátiras denuncia la crueldad de ciertos amos contra sus esclavos. Pero la realidad es que los esclavos eran un subgrupo humano, que se esforzaban por tener contento a su amo, con la esperanza -muchas veces incierta- de conseguir la libertad y convertirse en libertos, lo que les convertía en libres, pero menos, ya que eran considerados ciudadanos de segunda categoría, y aún conservaban ciertos deberes con sus antiguos dueños.Iguales en Cristo. Pablo, en su carta a los cristianos de Galacia, pone las premisas para una situación en la que no exista ningún tipo de discriminación.
El texto «canta» la radical igualdad de todos ante Cristo. Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús (Gal 3,28).
En Cristo Jesús no cuentan las diferencias étnicas, sociales o sexuales. Las discriminaciones que por alguna de estas causas se han dado, quedan superadas para el que se ha incorporado a Cristo. No obstante, en la realidad en la que vive Pablo sigue habiendo pobres, marginados, explotados, excluidos sociales, esclavos, mujeres víctimas de una cultura que las minusvalora o desprecia... Pero el afirmará que todas estas «barreras», de raza y religión, de condición social y económica, de discriminación de género, en Cristo Jesús desaparecen. No se pueden dar entre los que se llaman cristianos; más aún, todo seguidor de Jesús es responsable de que donde se den estas situaciones desaparezcan. Y esto a pesar de que sigan habiendo personas que se empeñen en ser superiores o en dominar, alegando razones de supremacía cultural, religiosa, racial, económica o de género.
.
La libertad de los hijos de Dios.
.
No debemos buscar en Pablo un lenguaje respecto a la esclavitud y a la libertad -como tampoco en otros temas- similar a la sensibilidad occidental actual, simplemente porque el Apóstol es un judío de la diáspora del siglo I de nuestra era y, por lo tanto, también deudor de su contexto sociocultural, y no un europeo del siglo XXI. Pero, por otro lado, Pablo ha sido «tocado» por la gracia de Dios, por el mensaje de Jesús, y esto significará también un cambio radical en muchos de sus esquemas, incluso los culturales.
Todos nosotros, judíos y griegos, esclavos y libres, hemos sido bautizados en un solo Espíritu para formar un solo cuerpo, y todos hemos recibido como bebida un solo Espíritu (1Cor 12,13).


Escrit per: Javier Velasco Arias

No hay comentarios: