sábado, 8 de diciembre de 2012


El año de la fe: La inmaculada concepción.

       

             Durante muchos siglos, el Señor Dios, ha escuchado el grito de sus hijos e hijas ante la injusticia que les aplastaba. Sabemos por fe que el Señor no abandona nunca a su pueblo y está cerca del que le invoca con sincero corazón. ¿Pero cómo solucionar las aspiraciones del Pueblo, si el Pueblo no escucha a su Señor? Aquí reside el dilema, el Pueblo hace mucho tiempo que abandonó a su Señor para servir a dioses y normas extranjeras. La consecuencia, han perdido la confianza en el Señor; piensan que les ha abandonado, que ya no está a su favor y por eso han caído en manos extranjeras. Suplican un nuevo rey al estilo de David que les lleve a la gloria entre las naciones y no son conscientes que este no es el camino del Señor; que Él no pretende un reino porque sabe que es “pan para hoy y hambre para mañana”. Pretende los corazones de los hijos e hijas. ¿Cómo conseguirlo? ¿Cómo superar el sufrimiento de sus hijos,  especialmente de los pobres, de los calificados como pecadores?

Si sus hijos e hijas se niegan o no aceptan el camino del Señor: “un pueblo sin reyes, sin amos, un pueblo de oyentes, un pueblo con servidores”;  ha de buscar otro camino y éste camino se concreta en “enviar a su Hijo al mundo”, pero necesita una mujer que colabore, que sea el nuevo Arca de la Alianza que acerque a Dios al Pueblo. Decidió que esa mujer fuera María a quien preservó de toda mácula (Inmaculada) desde el momento que la engendraron Ana y Joaquín. Es esta la fiesta que celebramos el día 8 de diciembre la Concepción inmaculada de María de Nazaret. La gracia y la gloria es de Dios, la beneficiaria María y todos nosotros porque cuando Dios le pidió su colaboración para que posibilitara el nacimiento de su Hijo, no sólo dijo SÍ, sino que toda ella se puso a disposición de Dios, se sintió agradecida y sintonizó con todo el proyecto de Dios (Lucas 1,46-56). Ese Hijo, Jesucristo, dio la vida por todos nosotros.

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