sábado, 19 de enero de 2013


El año de la fe: ser cristiano es tener la certeza de que Dios nos ama incondicionalmente.

 

            Esta afirmación, la deducimos de las lecturas de este segundo domingo durante el año. Con la imagen de dos jóvenes enamorados, Isaías presenta a Dios, para nosotros Dios hecho Hombre, Cristo Jesús, como el novio de la humanidad que se desposará con todos nosotros para quien “ni nos llamen, ni nos sintamos los abandonados”; este matrimonio por amor hacia todos, para Dios “es fuente de alegría”. Las lecturas nos invitan a saborear, a disfrutar el amor fiel de Dios para con nosotros. La alegría de Dios consiste en amarnos, nos dice Isaías. 

         Ese amor se manifiesta en la unidad del Espíritu que reparte sus dones según las capacidades de cada uno; para que nadie se sienta olvidado o despreciado por Dios. Todos estamos capacitados para vivir del amor y responder con amor fiel. Nos los ha dicho San Pablo: “El mismo y único Espíritu obra toda la diversidad, repartiendo a cada uno en particular como a él le apetece”.

         El camino de la humildad y sencillez, ya hemos hablado días anteriores, es el mejor camino para agradecer, trabajar y ver la situación de los otros. En el evangelio, Juan, nos presenta a unos novios, seguramente pobres, que no tienen suficiente vino; para los galileos el vino era señal de amor y alegría. Falta el vino. ¿Quién se da cuenta? Una mujer que está sirviendo, era invitada pero va a ayudar a la cocina y se ocupa de la situación, no quiere que los novios, desbordados por los invitados, sean criticados, ni pasen mal rato y suplica a su Hijo “No tienen vino” y orienta a los otros servidores “haced lo que Él os diga”. Y Jesús convierte el agua en un gran vino: mucho amor y mucha alegría. Él es el vino del mundo, el Novio de la humanidad.

Fijémonos  como cada uno cumple su papel, ejercita su don: los novios contrayendo matrimonio, los servidores sirviendo y guardando silencio, María sirvienta atenta e intercesora y Jesús llenando de amor y alegría a todo el pueblo con el signo de la conversión del agua en vino. Es un ejemplo valioso para toda comunidad cristiana, no hay ningún acto religioso, es una fiesta del pueblo que alegres celebran el matrimonio de dos de sus chicos. Todos acuden, también María, Jesús y sus discípulos y cada uno realiza su misión. Nuestras comunidades están dotadas de los dones suficientes para posibilitar que todos los seres humanos descubran el amor gratuito de Dios. Hay servidores (lectores, cantores, personas que cuidan el altar, las flores y las plantas, las lamparillas, las catequesis, la acogida bautismal y matrimonial, la ayuda fraterna, quien se cuida de la economía, quien enseña a leer a quien no sabe, quien ayuda a la oración, quien se une en hermandad para escuchar a María, quien acoge en el despacho, quien invita y anima, quien asesora y da consejos pensando en el colectivo, quien visita enfermos y da la comunión, quien acompaña a internados en residencia y no tiene a nadie; quien es solidaria ayudando a su familia, a sus vecinos, aportando alimentos, ropa o dinero; quien preside, celebra y comenta la Palabra. Y todo ¿por qué? Porque el Amor gratuito de Dios nos ha confiado esta misión y ¿para qué? Para que nadie se sienta abandonado/a en su situación; que tenga una puerta donde llamar; donde no será juzgada, sino escuchada.

         ¿Qué necesitamos? Saber que Dios nos ama gratuitamente y confía en nosotros para que no falte el amor y la alegría.

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