El año de la fe: ser cristiano es
tener la certeza de que Dios nos ama incondicionalmente.
Esta afirmación, la deducimos de las lecturas de
este segundo domingo durante el año. Con la imagen de dos jóvenes enamorados,
Isaías presenta a Dios, para nosotros Dios hecho Hombre, Cristo Jesús, como el
novio de la humanidad que se desposará con todos nosotros para quien “ni nos
llamen, ni nos sintamos los abandonados”; este matrimonio por amor hacia todos,
para Dios “es fuente de alegría”. Las lecturas nos invitan a saborear, a
disfrutar el amor fiel de Dios para con nosotros. La alegría de Dios consiste
en amarnos, nos dice Isaías.
Ese amor se manifiesta en
la unidad del Espíritu que reparte sus dones según las capacidades de cada uno;
para que nadie se sienta olvidado o despreciado por Dios. Todos estamos
capacitados para vivir del amor y responder con amor fiel. Nos los ha dicho San
Pablo: “El mismo y único Espíritu obra toda la diversidad, repartiendo a cada
uno en particular como a él le apetece”.
El camino de la humildad y
sencillez, ya hemos hablado días anteriores, es el mejor camino para agradecer,
trabajar y ver la situación de los otros. En el evangelio, Juan, nos presenta a
unos novios, seguramente pobres, que no tienen suficiente vino; para los
galileos el vino era señal de amor y alegría. Falta el vino. ¿Quién se da
cuenta? Una mujer que está sirviendo, era invitada pero va a ayudar a la cocina
y se ocupa de la situación, no quiere que los novios, desbordados por los
invitados, sean criticados, ni pasen mal rato y suplica a su Hijo “No tienen
vino” y orienta a los otros servidores “haced lo que Él os diga”. Y Jesús
convierte el agua en un gran vino: mucho amor y mucha alegría. Él es el vino
del mundo, el Novio de la humanidad.
Fijémonos
como cada uno cumple su papel, ejercita su don: los novios contrayendo
matrimonio, los servidores sirviendo y guardando silencio, María sirvienta
atenta e intercesora y Jesús llenando de amor y alegría a todo el pueblo con el
signo de la conversión del agua en vino. Es un ejemplo valioso para toda
comunidad cristiana, no hay ningún acto religioso, es una fiesta del pueblo que
alegres celebran el matrimonio de dos de sus chicos. Todos acuden, también
María, Jesús y sus discípulos y cada uno realiza su misión. Nuestras
comunidades están dotadas de los dones suficientes para posibilitar que todos
los seres humanos descubran el amor gratuito de Dios. Hay servidores (lectores,
cantores, personas que cuidan el altar, las flores y las plantas, las lamparillas,
las catequesis, la acogida bautismal y matrimonial, la ayuda fraterna, quien se
cuida de la economía, quien enseña a leer a quien no sabe, quien ayuda a la
oración, quien se une en hermandad para escuchar a María, quien acoge en el
despacho, quien invita y anima, quien asesora y da consejos pensando en el
colectivo, quien visita enfermos y da la comunión, quien acompaña a internados
en residencia y no tiene a nadie; quien es solidaria ayudando a su familia, a
sus vecinos, aportando alimentos, ropa o dinero; quien preside, celebra y
comenta la Palabra. Y todo ¿por qué? Porque el Amor gratuito de Dios nos ha
confiado esta misión y ¿para qué? Para que nadie se sienta abandonado/a en su
situación; que tenga una puerta donde llamar; donde no será juzgada, sino
escuchada.
¿Qué
necesitamos? Saber que Dios nos ama gratuitamente y confía en nosotros para que
no falte el amor y la alegría.
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