viernes, 8 de abril de 2011

Yo soy la resurrección y la vida dice el Señor.


YO SOY LA RESURRECCIÓN Y LA VIDA, DICE EL SEÑOR
La muerte tiene varias aristas, el fragmento del evangelio de hoy, nos las muestra. Es la ayuda que el Señor hace a nuestro vivir y el sentido de nuestro morir, veamos:



LA MUERTE ES UNA TRAGEDIA



El intenso dolor y sufrimiento que experimentan Marta y María por la muerte de su querido hermano Lázaro no nos es ajeno. ¿Quién no ha visto o también experimentado en carne propia el profundo e intenso dolor que produce la muerte de un ser querido? Y sabemos bien que mientras más se ama a la persona, más intensamente se sufre por la física separación ocasionada por la muerte. Por eso decían también los judíos al ver llorar a Jesús al acercarse a la tumba de Lázaro: «¡mirad como lo quería!» (Jn 11,36)

El dolor y el drama que viven aquellos que ven morir a los suyos, ya sea por un inesperado accidente, por un cáncer o alguna otra enfermedad, por la guerra, por el hambre o por cualquier otra razón, es una experiencia brutal y desoladora. El sufrimiento llega a tanto que pareciera que “una espada atraviesa el propio corazón”. ¡Y cuántos en medio de su desolación y llanto incontenible alzan su voz a Dios para reprocharle de modo semejante a como lo hicieron Marta y María: “¿Por qué, Señor, no estabas con nosotros cuando más te necesitábamos? ¿Por qué no lo salvaste?

¿Por qué te lo llevaste? ¿Por qué permitiste que muriera? ¿Por qué no escuchaste nuestra súplica angustiada? ¿Por qué nos escondiste tu rostro (ver Sal 43,23-25)?”. No pocas veces se despierta incluso la rebeldía en nuestros corazones, rebeldía que a veces puede llegar incluso a renegar de Dios, a desconfiar de su amor, a perder la fe y a cerrarse totalmente a Él: “¡Si existieras, si fueras un Dios de misericordia, me habrías escuchado, habría actuado! ¡Dios no existe!” ¡Cuántos “castigando” a Dios con su rebeldía, endureciendo el corazón y apartándose de Él terminan hundiéndose en la más espesa amargura y soledad! Esto es lo que pretende la muerte, desesperarnos, abandonar la fe como enemigo que es.

El milagro que el Señor realizó con Lázaro sale hoy a nuestro encuentro y es un signo esperanzador para cada uno de nosotros y para toda la humanidad: Cristo nos asegura que Él es la resurrección y la vida de los hombres, y que por tanto la muerte no tendrá la última palabra sobre nosotros o sobre nuestros seres queridos. Al revivificar a Lázaro demuestra que Él es el Señor de la Vida. Su voz es potente, su palabra es eficaz, es creadora y también es vivificadora. Y Él, que devolvió la vida a Lázaro, Él que resucitó de entre los muertos rompiendo las ataduras del pecado y de la muerte, garantiza que resucitará de entre los muertos con un cuerpo glorioso como el suyo a quien crea en Él: «El que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás». Ésta es su promesa, promesa de resurrección y de vida eterna. También el Señor nos pregunta a cada uno de nosotros en el hoy de nuestra historia: «¿Crees esto?» (Jn 11,26) Si decimos que creemos, vivamos de acuerdo a lo que creemos. Pues «¿de qué sirve, hermanos míos, que alguien diga: “Tengo fe”, si no tiene obras?» (Santiago 2,14) ¡Que nuestra fe se exprese a través de nuestras obras! Porque «la fe, si no tiene obras, está realmente muerta» (Santiago 2,17).IV.



¿QUÉ DICEN LOS PADRES DE LA IGLESIA?

Con referencia a la revivificación de Lázaro y el poder de Cristo para revivificar y resucitar, comentando este fragmento, nos dicen:

San Agustín: «Porque la misma muerte no era para la muerte, sino para hacer un milagro, mediante el cual los hombres creerían en Cristo y evitarían la verdadera muerte. Por eso el Señor añade: “Para que sea glorificado el Hijo de Dios por ella”, esto es, por la enfermedad».

San Agustín: «Dijo que dormía y era verdad, porque dormía para el Señor y sólo estaba muerto para los hombres, que no podían resucitarlo. Pero el Señor lo sacaba del sepulcro con tanta facilidad como tú tienes cuando despiertas a un hombre que duerme. Luego en virtud de su poder dijo que dormía, conforme a lo que dijo el Apóstol Pablo (1Tes 4,12): “No quiero que ignoréis respecto a los que duermen”. Los llamó dormidos porque predijo que habían de resucitar».

San Juan Crisóstomo: «Esta mujer había oído hablar a Cristo muchas cosas acerca de su resurrección. Pero el Señor manifiesta aún más su autoridad con estas palabras: “Yo soy la resurrección y la vida”, enseñando que no tiene necesidad de la ayuda de nadie, pues si la tuviere, ¿cómo había de ser la resurrección? Si Él mismo es la vida, no se circunscribe a un lugar determinado. Existiendo en todas partes, puede sanar en todos los lugares».

San Agustín: «Dice, pues: “El que cree en mí, aunque hubiera muerto (en la carne), vivirá en el alma hasta que resucite la carne para no morir después jamás”. Porque la vida del alma es la fe. “Y todo aquel que vive (en la carne) y cree en mí (aunque muera en el tiempo por la muerte del cuerpo) no morirá jamás”».

San Juan Crisóstomo: «No dijo: Resucita tú, sino, ven fuera, como hablándole a un vivo, a aquel que hacía poco había muerto. Y por eso no dijo: en el nombre del Padre, ven fuera; o: Padre resucítalo; sino que uniendo todas estas cosas y después de haber orado, hace brillar su poder por el acto mismo”



EL CATECISMO DE LA IGLESIA nos aclara la diferencia entre la resurrección de Cristo y las revivificaciones realizadas por Él



Número 646: “La Resurrección de Cristo no fue un retorno a la vida terrena como en el caso de las “resurrecciones” que Él había realizado antes de Pascua: la hija de Jairo, el joven de Naím, Lázaro. Estos hechos eran acontecimientos milagrosos, pero las personas afectadas por el milagro volvían a tener, por el poder de Jesús, una vida terrena «ordinaria». En cierto momento, volverán a morir. La Resurrección de Cristo es esencialmente diferente. En su cuerpo resucitado, pasa del estado de muerte a otra vida más allá del tiempo y del espacio. En la Resurrección, el cuerpo de Jesús se llena del poder del Espíritu Santo; participa de la vida divina en el estado de su gloria, tanto que San Pablo puede decir de Cristo que es «el hombre celestial»



Número 640: Cristo resucitó «¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí, ha resucitado» (Lc 24, 5-6). En el marco de los acontecimientos de Pascua, el primer elemento que se encuentra es el sepulcro vacío. No es en sí una prueba directa. La ausencia del cuerpo de Cristo en el sepulcro podría explicarse de otro modo. A pesar de eso, el sepulcro vacío ha constituido para todos un signo esencial. Su descubrimiento por los discípulos fue el primer paso para el reconocimiento del hecho de la Resurrección. Es el caso, en primer lugar, de las santas mujeres, después de Pedro. «El discípulo que Jesús amaba» (Jn 20, 2) afirma que, al entrar en el sepulcro vacío y al descubrir «las vendas en el suelo» (Jn 20, 6), «vio y creyó» (Jn 20, 8). Eso supone que constató en el estado del sepulcro vacío que la ausencia del cuerpo de Jesús no había podido ser obra humana y que Jesús no había vuelto simplemente a una vida terrenal como había sido el caso de Lázaro.



Número 994: La revivificación de Lázaro, signo de la futura resurrección: Jesús liga la fe en la resurrección a la fe en su propia persona: «Yo soy la resurrección y la vida» (Jn 11, 25). Es el mismo Jesús el que resucitará en el último día a quienes hayan creído en El y hayan comido su cuerpo y bebido su sangre. En su vida pública ofrece ya un signo y una prenda de la resurrección devolviendo la vida a algunos muertos: Lázaro, el hijo de la viuda de Naím, la hija de Jairo. Este volver a la vida en la tierra, para morir al cabo de un tiempo, era signo y expresión de que Jesús tiene poder de resucitar anunciando así su propia Resurrección que, no obstante, es de otro orden. Resucitar es continuar viviendo con un cuerpo vivificado por el Espíritu. Después de la resurrección, todo será espíritu. Ya no tendremos un cuerpo terrestre, tendremos un cuerpo celeste.

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