sábado, 2 de abril de 2011

Haced esto en menmoria mía.

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En la Eucaristía del domingo pasado, animado por el enfoque que Jesús da al encuentro con la Samaritana y cómo en el diálogo mutuo, la Samaritana supo abrir su vida, y Jesús se prestó a ayudarla, ocasionando que la buena mujer descubriera en Jesús el pozo de agua viva que llenaba su vida de sentido y que se interesaba por ella, tanto la llenó que corrió al pueblo a ser anunciadora de la Buena Nueva y que gracias a su acción, muchos se acercaron a Jesús y en ese contacto con Jesús empezó su fe personal. Acababa con unos interrogantes dado que estamos en Cuaresma, ese tiempo que nuestra Madre y Maestra, la Iglesia, quiere que reflexionemos para mejorar y avanzar por el camino de la fidelidad y de la santidad.

. La semana pasada, el ejemplo de la samaritana nos ayudaba a preguntarnos si, también, nosotros podemos calmar esa insatisfacción que no nos deja vivir, ni ver con claridad con el conocimiento, cercanía y amor de Jesús, o la falta de felicidad nos hace agarrarnos a otras cosas, filosofías, etc. Y preguntaba: ¿En que me cambia la Misa? Dado que la personas parece que abandonan por aburrimiento, cansancio, ritualismo o cuando la devoción se apaga. Y decía:” Me puede cambiar cuando mi vida se solidarice con el Hijo de Dios sacrificado y mi vida pase por el mundo haciendo el bien y buscando como interés primero la construcción del Reino de Dios y su justicia.” Quizás algunos no entendisteis lo que quise decir, mi intención era destacar que a la Eucaristía no podemos venir como meros espectadores y que eso no se corrige sólo aceptando la hostia sagrada, ni con guitarras y canciones más juveniles, todo ayuda, pero lo importante es que yo me una a Cristo, para celebrar juntos la Eucaristía. Os trasmito un escrito que se refiere a ello: “HACED ESTO EN MEMORIA MÍA, la lectura sobre la que reflexionamos hoy contiene algunas de las palabras más santas y más queridas del evangelio: “Este es mi cuerpo…ésta es mi sangre”. Vamos a reflexionar sobre estas palabras que escuchamos en cada misa. Jesús, después de haber entregado su cuerpo y su sangre, dijo a sus discípulos: “Haced esto en memoria mía”. ¿Qué significa esto? ¿Qué quería decir Jesús? ¿Simplemente “repetid exactamente los gestos que yo he hecho”? También esto. Pero el sentido es más profundo: haced también vosotros lo esencial de lo que yo he hecho; ofreced también vosotros vuestro cuerpo y vuestra sangre. Es una ocasión estupenda para descubrir que todos nosotros somos sacerdotes. A causa del bautismo hemos sido consagrados sacerdotes, de un sacerdocio real y universal, distinto del ministerial pero también verdadero, profundo, real. Nosotros también podemos decir estas palabras de Jesús durante la misa: “Tomad y comed: ésto es mi cuerpo… Tomad y bebed: ésta es mi sangre”. En el momento de la consagración normalmente nos centramos en el misterio de la presencia de Cristo en el pan y el vino consagrados aislándonos de algún modo de lo que hay alrededor. Escuchamos las palabras de Jesús de boca del sacerdote y hacemos la representación mental de la escena del cenáculo. Pero esto no es suficiente porque no podemos aniquilar veinte siglos y remontarnos simplemente al Jesús histórico de ese momento porque ese Jesús ha muerto, ya no existe, y la misa no es celebrada por un muerto, sino por un viviente. El sujeto, el sumo y eterno sacerdote que celebra la eucaristía es el Jesús resucitado. Y este Jesús resucitado, nos dice la doctrina de la Iglesia a partir de San Agustín, es Cabeza y cuerpo juntos; es decir, Jesús y su cuerpo que es la Iglesia. Por lo tanto, es también la Iglesia la que repite estas palabras: “Tomad y comed: esto es mi cuerpo”. Y si la Iglesia es sujeto somos también cada uno de nosotros el sujeto de este “mi cuerpo”; este YO es el sujeto grande que es Jesús, es el sujeto pequeño que es la Iglesia y es el sujeto pequeñísimo que somos cada uno de nosotros. Desde el día que descubrí esto ya no tengo que aislarme más de mi alrededor en el momento de la consagración sino que más bien tengo que mirar a las personas que celebran conmigo la eucaristía o traer a la memoria a las personas que tengo que servir cada día. Y pensando en ellas, mientras se consagra el cuerpo y la sangre de Cristo, he de decir: Hermanos y hermanas, tomad y comed: este es mi cuerpo, también mi cuerpo, el de este pequeño y pecador siervo de Jesús que me quiero dar a vosotros; tomad y bebed: ésta es mi sangre que junto a Jesús yo quiero dar por vosotros. En cada misa sobre el altar hay dos cuerpos de Cristo: el Cristo real que nació de la Virgen María, que murió y resucitó, y el cuerpo de Cristo que es la Iglesia, el cuerpo místico. Si el primero está presente realmente, el segundo está presente místicamente, lo que significa que está presente en función de su unión indestructible con la Cabeza que es Cristo. Esta es la causa de que en la plegaria eucarística haya dos epíclesis (invocaciones del Espíritu Santo): una, antes de la consagración, sobre el pan y el vino para que se conviertan en el cuerpo y la sangre de Cristo; la otra, después de la consagración, sobre la Iglesia para que el Espíritu Santo haga de nosotros el Cuerpo de Cristo, el cuerpo místico de Cristo. Ahora bien, si nosotros hemos de ofrecer nuestro cuerpo y nuestra sangre unidos al sacrificio de Cristo, es importante saber qué significa el cuerpo y la sangre en la eucaristía. Para nuestra cultura occidental; el cuerpo es una de las tres partes de nuestra persona: cuerpo, alma y espíritu, siguiendo los conceptos de la herencia cultural griega. Sin embargo, para Jesús, siguiendo la tradición bíblica, el cuerpo en la Biblia no indica una tercera parte del hombre, significa todo el hombre en cuanto vive su vida en una dimensión corpórea, en cuanto no es un puro espíritu. Cuerpo significa la vida vivida concreta. Cuando Jesús dijo “tomad y comed, ésto es mi cuerpo” Él nos estaba dando su vida, desde el primer momento en que fue concebido en el seno de la Virgen María hasta el último aliento, con todo lo que había formado parte de ella. Jesús lo daba todo porque cuerpo indica todo, la vida. Por otro lado, cuando hablamos de la sangre en nuestra cultura occidental estamos hablando de una parte de una tercera parte del hombre (es sólo una parte del cuerpo). Sin embargo, para Jesús (y, por tanto, para la Biblia) la sangre es la sede de la vida; y derramar la sangre indica, por consiguiente, morir. Así, cuando Jesús dice: Tomad y bebed; éste es el cáliz de mi sangre que será derramada por vosotros y por todos los hombres” nos está entregado su muerte. En definitiva, la eucaristía es el sacramento de la vida y de la muerte de Jesús. En él Jesús nos lo da todo después de habernos amado hasta el extremo. ¿Y qué damos nosotros cuando decimos con Jesús “éste es mi cuerpo”. Damos el tiempo, que es la dimensión terrena de un espíritu que vive en un cuerpo. Damos nuestros talentos, carismas, capacidades… incluida una sonrisa porque sólo puede sonreír un espíritu que vive en un cuerpo.

. Y cuando decimos con Jesús “ésta es mi sangre” estamos ofreciendo nuestra muerte, pero no sólo la muerte final que es un momento, sino todo lo que es muerte en nuestra vida: enfermedades, fracasos, pruebas… todo lo que nos mortifica. Todo esto es materia de eucaristía. Pensemos en cómo la eucaristía podría verdaderamente transformar nuestra vida si la viviéramos con esta conciencia, sabiéndonos sacerdotes por nuestro bautismo y entregando nuestra vida y nuestra muerte a los demás junto a la ofrenda de Jesucristo. ¡Qué distinta puede ser nuestra celebración y el fruto de ella para nuestra vida diaria! Igualmente para aquellas personas a quienes sus circunstancias o sus enfermedades les impiden hacer casi nada este modo de vivir la eucaristía puede hacerles encontrar el sentido de su vida. Hermanos y hermanas, nosotros no estamos sólo llamados a celebrar la eucaristía sino a ser eucaristía junto a Jesús. Pidamos al Espíritu Santo que nos enseñe a decir de corazón estas palabras de la consagración como las dijo un día Jesús. Amén.” Utilicemos éste texto para reflexionar sobre la Eucaristía.

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