sábado, 19 de marzo de 2011

El Apocalipsis.

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Algún alto personaje de la Comunidad europea ha calificado, lo que está pasando en Japón, de apocalíptico. Vaya por delante mi solidaridad con los vivos que tanto están sufriendo y mi oración por los muertos. De unos y otros parece que nos estamos olvidando, o los pasamos a un segundo termino ante la posible fusión y consiguiente explosión de los reactores de las centrales nucleares de una parte de Japón. Hay más miedo por lo que nos pueda tocar que solidaridad por las víctimas y los difíciles momentos que están viviendo.
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Utilizar la Biblia de manera sesgada, como he escuchado el viernes pasado por la mañana, para mostrar la situación que estamos viviendo a nivel mundial, no deja de ser una estafa interesada. Leían: “Cuando abrió el sexto sello, se produjo un violento terremoto; y el sol se puso negro como un paño de crin, y la luna toda como sangre y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera suelta sus higos verdes al ser sacudida por un viento fuerte, y el cielo fue retirado como un cielo que se renrolla, y todos los montes y las islas fueron removidas de sus asientos….” (Ap. 6, 12-15). Desde el Concilio Vaticano II sabemos que la Biblia se ha de coger en su conjunto y no en un texto determinado, así encontramos los siguientes textos: Mt 24, 4-14 y los paralelos Marcos 13, 14-23 y Lc 21, 20-24. Donde Jesús reconoce y anuncia que todo esto pasará, pero no como castigo sino como oportunidad para iniciar una nueva etapa donde se anunciará el Evangelio a todas las naciones y “entonces vendrá el fin” (Mt 24,14). Esta idea que el fin no será consecuencia de los terremotos, las guerras, las pestes y el hambre, sino de la evangelización y de la aceptación por todos los pueblos y personas de la Palabra de Dios, también lo remarca San Pablo al predecir que el triunfo de Cristo, después de haber fracasado como hombre Dios, según la lectura de algunos, será cuando consiga reconciliar a todos entre sí y con Dios, en términos coloquiales diremos cuando haya acabado su obra de regeneración de los hermanos, San Pablo, lo dice así: “.. luego el fin cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad. Porque debe Él reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajos sus pies. El último enemigo en ser vencido será la muerte” (1Cor 15, 24-26).

Así pues, en nuestra mente y en nuestro corazón, no hemos de pensar mal de Dios, ni explicar que Él es el causante de tanto desastre y si ir preguntándonos por las causas de tanto sufrimiento y tanto desastre: ¿no será que estamos maltratando esta tierra sin control?. Veamos: explosiones atómicas subterráneas, ¿para qué? ¿para construir bombas y matar a más gente?. ¿No estamos vaciando la tierra de gas, de petróleo, etc.? y esos huecos ¿de qué se rellenan?. ¿No estamos sobrecargando determinados espacios con edificios monstruos, terriblemente pesados? Actuando así, ¿no corremos el riesgo de desequilibrar la tierra de su eje de rotación? Si actuamos así porque huir de responsabilidades y cargársela a Dios, como si fuera el responsable de tanto desastre y de tantas víctimas. Cuando se hacen la pregunta ¿dónde estaba Dios ese día y a esa hora? Los creyentes hemos de contestar, muriendo con las víctimas y llorando con todos aquellos que han de enterrar a los suyos y lo han perdido todo. Y este grito, desafiante, es evangelio, porque nos ha de ayudar a descubrir nuestro pecado y a caminar por el camino marcado por Jesucristo: humildad, sencillez, fraternidad, perdón, solidaridad, responsabilidad
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Os deseo continuar caminado por la cuaresma con espíritu de confianza en el Señor y de conversión personal y comunitaria.
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