viernes, 17 de diciembre de 2010

En la Biblia está el futuro de Europa (5).

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Seguimos con el escrito del cardenal emérito de Milán sobre el tema “en la Biblia está el futuro de Europa” (Cooperador paulino nº155)
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“Mis cuatro tesis: Tesis número 4:
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“Pero para que la Biblia pueda ser realmente el libro del futuro de Europa, es necesario tener presetes un cierto número de condiciones que quisiera recordar aquí brevemente.
Ante todo, se plantea en Europa el deber de una colaboración ecuménica, fraternal y convencida, entre todas las confesiones cristianas. El futuro de Europa está estrechamente vinculado al testimonio de unidad que sepan dar los discípulos de Cristo. El papa Pablo VI, escribiendo al patriarca ecuménico Atenágoras el 13 de enero de 1979, formulaba este deseo: “Que el Espírirtu Santo nos guíe en el camino de la reconciliación, para que la unión de nuestras Iglesias llegue a ser un signo cada vez más luminoso de esperanza y de consuelo en el seno de la humanidad entera”.
Ahora bien, este camino inevitable de unidad entre las Iglesias en Europa se hará a partir de la Escritura y mediante el conocimiento cada vez más profundo de la misma. La Biblia propiciará el terreno común sobre el que podremos redescubrir los valores que nos unen como Iglesias cristianas y que nos imponen trabajar juntos para el futuro de nuestro continente y del mundo entero.
Para el futuro de Europa será también necesario tomar cada vez más viva conciencia de la relaci´ón que une a las Iglesias cristianas con el pueblo judío y del papel singular de Israel en la historia de la Salvación, una historia que afecta atodas las naciones. Europa ha sido la tierra en la que se ha consumado la más terrible persecución contra el pueblo judío y el intento de destruirlo, con los horrores del Shoah y de los campos de exterminio. La Europa del futuro deberá distinguirse por una amistad cada vez más profunda hacia el pueblo judío, reconociendo las raices comunes que existen entre el cristianismo y el judaísmo.
El diálogo con el judaísmo tendrá, pues, una importancia fundamental para la conciencia cristiana y también para la superación de las divisiones entre las Iglesias. Como dice el documento del último Sínodo Europeo, habrá que recordar siempre “la parte que hayan podido desempeñar los hijos de Iglesia en el nacimiento y difusión de una actitud antisemita en la historia, y que pida perdón a Dios por ello, favoreciendo toda suerte de encuentros de reconciliación y de amistad con los hijos de Israel”. (Ecclesia in Europa, 56). Y esto, sobre todo, en un momento como el nuestro, en el que parece crecer en el mundo el espíritu antisemita y en el que el pueblo de Israel está viviendo un momento especialmente dramático de su historia. El conflicto que opone a judíos y palestinos no podrá superarse si no es con la ayuda y a través de la asunción de responsabilidades por parte de todas las grandes naciones, especialmente de la Unión Europea. Para ello la Unión Europea tendrá que recuperar sus raíces bíblicas que la vinculan indisolublemente con el pueblo judío.
Y como actualmente vivo gran parte de mi tiempo en la ciudad de Jerusalén, no puedo dejar de subrayar el papel que para el futuro de Europa tiene y tendrá esta extraordinaria ciudad. La novedad que Dios prepara para todo el mundo es la de salir de la condición de lágrimas, de luto, de aflicción y de muerte, para abrirse a la nueva Jerusalén. No es indiferente para la construcción de la ciudad del hombre el que la Biblia, y en particular el libro del Apocalipsis, utilice –para definir el futuro de la humanidad – el icono de Jerusalén. Es verdad que se trata de una imagen que habla de una realidad escatológica, es decir que se refiere a las últimas realidades que van más allá de lo que el hombre puede realizar con sus propias fuerzas.
Esta Jerusalén celeste es un don de Dios reservado al final de los tiempos. Pero no es una utopía. Es una realidad que puede empezar a ser presente desde ahora, y que no puede prescindir de los problemas y de las esperanzas de la Jerusalén de hoy. En cualquier lugar en el que se intente decir palabras y hacer gestos de paz y de reconciliación, aunque sean provisionales, en toda forma de convivencia humana que corresponda a los valores presentes en el Evangelio, hay una novedad, ya desde hoy, que da razones de esperanza. Es en la Jerusalén de hoy –y lo puedo afirmar como testigo directo- donde hay muchos de estos pequeños y sencillos textos de paz, de amor, de reconciliación, t muchas formas de convivencia práctica. Es necesario que Europa sostenga y promueva estos gestos para que asuman, a cierto punto, valor y peso político y se conviertan en premisas para un camino de paz. Como decía el beato Juan XXIII en la Pacem in terris, son los gestos constantes y perseverantes de paz entre individuos y grupos los que pueden crear una especie de cultura de la paz y fundar una atmósfera de paz que, al final, estamos seguros, será airosa.
Por eso es también necesario que se instaure un diálogo interreligiosos valiente y profundo y una relación fraternal e inteligente con el Islam. Está claro que, como se afirmaba ya con ocasión del primer Sínodo de los obispos europeos, esta relación “tendrá que llevarse adelante con prudencia, conociendo claramente sus posibilidades y sus límites, y manteniendo la esperanza en el designio de salvación de Dios, que afecta a todos sus hijos” (nº 9)
(Continuará)
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Estamos finalizando el Adviento y el cardenal Martín, desde la Biblia y viviendo con esperanza la realidad, nos propone caminos para que el proyecto de Dios y el deseo de una humanidad justa y reconciliada deje de ser una utopía y pasea ser brote de una nueva humanidad. Su propuesta pasa por potenciar las hermandad entre todos los hombres con los que convivimos, especialmente con los que compartimos una misma fe, o una misma fe con matices, o con el pueblo judío y el pueblo islámico
¿Qué pensamos, al respecto? Si nos suena mal, ¿porqué no lo llevamos a la oración y pedimos a Dios que nos ayude?
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