domingo, 21 de noviembre de 2010

En la Biblia está el futuro de Europa.

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Al concluir mi servicio episcopal en Milán, me trasladé a Jerusalén, ciudad donde vivo buena parte del año, con el propósito de dedicarme sobre todo a la oración de intersección y al estudio, renunciando, además, a dar conferencias públicas. Sin embargo, a veces no soy capaz de decir que no. Especialmente si me siento atraído por el tema, como es en este caso la Biblia, en cuanto libro del futuro de Europa. Se trata de una afirmación que yo mismo hice durante el Sínodo de los obispos europeos de 2001, y de la que me siento un poco responsable. Considero justo aprovechar esta oportunidad para razonarla.
Hace unos años, con la adhesión de diez nuevos países a la Unión Europea, después del euro-escepticismo de los años precedentes, apareció en el horizonte un poco de “euro-optimismo”. En esa ocasión, Juan Pablo II defendió, una vez más, que Europa debe reencontrar sus raíces cristianas si de veras quiere afrontar su propio futuro. Cito algunas palabras del Ängelus del 2 de mayo de 2004: “La unidad de los pueblos europeos, si quiere ser duradera, no puede ser sólo económica y política. Como recordé durante mi peregrinación a Santiago de Compostela, en noviembre de 1982, el alma de Europa sigue estando aún muy unidad, porque hace referencia a valores humanos y cristianos comunes.. La historia de la de la formación de las naciones europeas avanza al mismo tiempo que la evangelización… La savia vital del evangelio puede asegurar a Europa un desarrollo coherente con su identidad, en la libertad y la solidaridad, en la justicia y en la paz. Sólo una Europa que no rechace, sino que redescubra sus raíces cristianas podrá estar a la altura de los grandes desafíos del tercer milenio: la paz, el diálogo entre las culturas y las religiones, y la salvaguardia de la creación.”
Ahora bien, estas raíces cristianas y estos valores están expresados de manera privilegiada en los libros de las Sagradas Escrituras. La Biblia es, pues, el libro de las raíces europeas y será también el libro del futuro.
Antes de entrar en el tema, quisiera precisar mejor el contexto social y político en el que propongo estas reflexiones.
Efectivamente, nosotros no interrogamos nunca ala Escritura de manera abstracta, en el vacío, sino siempre a partir de cuestiones, preocupaciones, requerimientos o sufrimientos que estamos viviendo.
Un primer elemento del contexto es, ante todo, como ya hemos recordado, el ingreso de nuevos Países en la Unión Europea, es decir, el forjado de una Europa cada vez más grande y más fuerte, y por tanto cada vez más responsable de la paz mundial. Pero todo esto acontece en una situación de sufrimiento y de peligro, de crecientes temores por la multiplicación de actos terroristas a nivel internacional. El terrorismo no golpea ya solamente a algunos lugares concretos, como la tierra de Israel, donde yo vivo, o Iraq, sino que es capaz de golpear en cualquier lugar y en cualquier momento, como quedó demostrado en el terrible atentado de Madrid.
Y todo esto en un marco internacional en el que emergen nuevas situaciones de incertidumbre y dramáticos desafíos, que podrían resumirse en tres interrogantes.

Tres interrogantes:

1) La Iglesia, ¿es capaz de incidir en el hombre de hoy? ¿Qué dice el Espíritu de nuestras Iglesias sobre la capacidad del cristianismo de ser todavía levadura y fermento de nuestras sociedades, ante todo, de la sociedad europea y de la nueva Europa que está naciendo?

2) ¿Conseguiremos en este mundo nuestro (y aquí el horizonte se extiende al mundo entero) vivir juntos como diversos, sin destruirnos recíprocamente, sin reducirnos mutuamente al gueto, sin tolerarnos, al menos, unos a otros? Sería ya un buen resultado, pero no basta. Debemos aprender a respetarnos unos a otros (“Yo aprecio tus valores y tú aprecias los míos”). Pero tampoco esto basta. Debemos llegar a ser los unos para los otros fermento de autenticidad y de búsqueda de la verdad, en espíritu de comprensión y de cordial amistad. No hablo de proselitismo: “tú debes creer lo que yo creo”, sino “tú debes seguir tu conciencia hasta el fondo y debes ayudarme a mí a seguir mi conciencia hasta el fondo”. ¿Lo conseguiremos?
Los acontecimientos que estamos viviendo en estos tiempos en Jerusalén, como también en Iraq, nos hablan de la enorme dificultad de este desafío. No somos capaces de cohabitar juntos como diversos, y mucho menos de vivir una convivencia real.

3) ¿Conseguiremos superar los bloqueos y las tensiones que la multiplicación de conflictos de intereses entre grandes poseedores de medios de comunicación, la política y las finanzas internacionales están produciendo en el mundo? No es sólo cuestión de una justicia social estática, es decir, de salir al encuentro de los pobres de la tierra, lo que sería ya una gran conquista, pero insuficiente por sí sola. Se trata más bien de un modo de vivir y de colaborar juntos a nivel planetario, promoviendo los intereses del bien común mundial, cosa que parece cada vez más difícil en una maraña de intereses privados de naciones y de grupos, también económicos. Como escribe un ilustre economista contemporáneo, Guido Rossi, “la sociedad internacional y sus mercados, golpeados por una crisis extremadamente dramática, parecen haberse convertido en rehenes de mecanismos sustraídos a cualquier control y que podrían llevarlos, no tardando mucho, a una implosión sin precedentes. En este marco cualquier remedio que se quiera aplica, incluyendo el retorno a cierta reglamentación ética, se antoja, como mucho, un paliativo o un buen deseo.”

No pretendo obviamente dar respuestas a estas preguntas. Pero ellas y otros interrogantes parecidos determinan el contexto en el que escuchamos la Palabra de Dios y nos preguntaremos cuál es el significado de la Biblia para el futuro de Europa. Sobre este tema me expresaré con cuatro tesis sucesivas. (Continuará)
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