jueves, 7 de enero de 2010

Reflexión del día de Reyes.


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El domingo pasado reflexionábamos, a partir del Prólogo de San Juan, que la Palabra siempre presente en la Historia de la humanidad las gentes la han ido descubriendo en la Creación, es obra de sus manos, en la generosidad, sacrifico y esfuerzo de hombres y mujeres que a lo largo de la historia han ganado cotas de libertad, de justicia, de fraternidad, de paz; la encontramos en toda religión, porque religión es respuesta humana las diversas manifestaciones de Dios; de una manera muy concreta la encontramos en los escritos del Pueblo de Israel, leamos con detenimiento el fragmento del libro de la Sabiduría del domingo pasado: Dios ha querido escoger y quedarse en un pueblo para recibir el culto adecuado y ser manifestado a través de la vida de ese Pueblo. Y en ese proceso de revelación de la presencia constante del Amor de Dios a través de la Palabra, se hizo carne en Jesús de Nazaret; afirmábamos que Jesús es la revelación plena de Dios y que sólo en Jesús podemos conocer al verdadero Dios, sin despreciar los signos, señales, manifestaciones y testimonio de otros pueblos, otras religiones y la naturaleza entera. Pero que todos ellos tienen un epicentro, Jesucristo, del cual todos hemos ido recibiendo gracia sobre gracia, al ejemplo de las ondas que hace en el agua en calma una piedra que cae sobre él.
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Tenemos hoy un ejemplo muy concreto, unos hombres sabios, por tanto que se hacen preguntas, que buscan y que descubren en lo que hay detrás de las obras de la Naturaleza, ese Dios grande y bueno. En la estrella que han descubierto ven la gran noticia, siguiendo su criterio que no es la fe y el conocimiento revelado de Israel, que alguien que será importante ha nacido. Ese Alguien quiere dárseles a conocer y ellos siguen el movimiento de la estrella, que pierden cuando buscan la solución en los religiosos de Israel, escribas y sacerdotes, constatando que ni la han visto, ni les ha interesado. Descubren que el único interesado es Herodes, aunque sólo sea porque siente amenazada su parcela de poder., y no precisamente con buenas intenciones. Les dan las señas que la Biblia señala, concretamente el profeta Isaías y se van.
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Al salir desconcertados vuelven a guiarse por su afán de búsqueda y vuelven a la estrella que les conduce hasta la cuadra donde José y María encontraron cobijo. Allí descubren el Imán que había atraído sus vidas desde su lugar de origen y le adoran como su Señor y Dios y le ofrecen lo mejor que tienen. Han dado un paso profundo en su vida, han pasado a ser creyentes y ahora, ya no son las estrellas, ni los instrumentos, sino el mismo Dios quien los guía y acompaña. El mismo Dios les orienta para que no vayan a Herodes, sino que vayan a su casa por otro camino.
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En este sencillo fragmento del Evangelio de la infancia de Jesús encontramos toda una serie de llamadas: una primera a no despreciar a nadie, venga de donde venga, porque Dios está actuando en todos, una segunda, la fidelidad al camino descubierto: con sacrificios, con renuncias, haga bueno o malo, seguir, avanzar, dialogar, una tercera la meditación y el contraste: me han dicho, pero animado por Dios, he visto. Una cuarta, seguir el camino que he ido descubriendo en la familia, en la Iglesia, en la Escritura, en la oración que me llevará al centro de la vida: Jesucristo. Finalmente optar porque Jesús sea mi Señor y Maestro; a él sólo adorar.

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