domingo, 16 de junio de 2013


LAS   PROSTITUTAS….

El Evangelio de este domingo, nos habla del trato exquisito de Jesús con una prostituta que entra, de escondidas, a un banquete que uno de los principales fariseos había preparado para Jesús. Ella entra, se sitúa a los pies de Jesús, con sus lágrimas lava los pies y con su cabello los seca. El hecho es escandaloso para aquellos “íntegros” fariseos que la tienen clasificada como indeseable, pecadora rechazable y contaminante por el mero hecho de tocar al otro.

En el proceso de acoso y vigilancia a Jesús, esperan que la despida de malas maneras y su “rasgarse las vestiduras” sube a extremos ilimitados cuando Jesús, no sólo no expulsa y desprecia, sino que acoge con respeto y ternura. Descubre en sus gestos un amor limpio y una fe agradecida. Delante de todos los invitados, habla de ella para defender su dignidad y revelarse cómo la ama Dios: “Tus pecados están perdonados”. Luego, mientras los invitados se escandalizan, la reafirma en su fe y le desea una vida nueva: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz.” Dios estará siempre con ella. 

          Seguramente, también a nosotros, nos cuesta entender y aceptar esto, porque si lo aceptamos, como creyentes, somos llamados a mirar con amor y comprensión a las prostitutas en particular y, eso, no nos gusta. Al no gustarnos nos alejamos de las propuestas de Jesús. 

          Hace unos días vino a verme una persona  casada, abandonada por su marido y con dos hijos, uno de 15 años y otro de 8. Vino a pedirme que la ayudara a encontrar trabajo; el hotel en que trabajaba de limpiadora la había despedido, con otras compañeras, en casa no entraba nada y el marido se había desentendido de todo, no pasaba ninguna renta. Ella tenía que cuidar, alimentar y satisfacer las necesidades y “exigencias de sus hijos”. ¿Qué hacer? Encontró el camino de la prostitución. Explotada, con el riesgo de caer en manos de un loco, con el miedo que algún conocido la viera, vivía en tensión continua porque no quería que sus hijos se avergonzaran de ella por lo que hacía. Hablando con ella descubrí su tristeza, su desesperación, sus lagrimas.. y también su amor, la entereza de arriesgarlo todo para que sus hijos pudieran vivir y convivir en una sociedad exigente; su fortaleza que sabe buscar caminos, aunque sean degradantes para ella, que manifiestan su amor a sus hijos; el marido había desaparecido y me pregunta yo mismo ¿qué hombre se prostituiría para conseguir lo mismo?

          El ejemplo de esta mujer me descubrió dos cosas:

1.- El porqué Jesús las defiende: por su amor, por su esperanza en superar la crisis, por el riesgo que asumen, por su fe.

2.- La hipocresía de la sociedad y de los gobiernos que no valora a la persona concreta, sólo utiliza números y culpabiliza a los que han de tomar soluciones arriesgadas porque son responsables de unos hijos. ¿Quién ha llevado a la prostitución a esta persona? El despido, el abandono del marido, la falta de ayudas, el hambre de sus hijos y sus gastos, la necesidad del pagar luz, agua, gas, alquiler,… ¿Por qué hacer responsable a esta mujer y despreciarla? El desprecio, ¿no lo merecemos todos los otros que permitimos esto? Quizás, ahora, entenderemos mejor a Jesús y su advertencia: “Las prostitutas os pasan delante en el Reino de los cielos” Mt 21, 31

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