LAS PROSTITUTAS….
El Evangelio de este domingo, nos habla del
trato exquisito de Jesús con una prostituta que entra, de escondidas, a un
banquete que uno de los principales fariseos había preparado para Jesús. Ella
entra, se sitúa a los pies de Jesús, con sus lágrimas lava los pies y con su
cabello los seca. El hecho es escandaloso para aquellos “íntegros” fariseos que
la tienen clasificada como indeseable, pecadora rechazable y contaminante por
el mero hecho de tocar al otro.
En el proceso de acoso y vigilancia a Jesús,
esperan que la despida de malas maneras y su “rasgarse las vestiduras” sube a extremos
ilimitados cuando Jesús, no sólo no expulsa y desprecia, sino que acoge con
respeto y ternura. Descubre en sus gestos un amor limpio y una fe agradecida.
Delante de todos los invitados, habla de ella para defender su dignidad y
revelarse cómo la ama Dios: “Tus pecados
están perdonados”. Luego, mientras los invitados se escandalizan, la
reafirma en su fe y le desea una vida nueva: “Tu fe te ha salvado. Vete en paz.” Dios estará siempre con ella.
Seguramente,
también a nosotros, nos cuesta entender y aceptar esto, porque si lo aceptamos,
como creyentes, somos llamados a mirar con amor y comprensión a las prostitutas
en particular y, eso, no nos gusta. Al no gustarnos nos alejamos de las
propuestas de Jesús.
Hace
unos días vino a verme una persona
casada, abandonada por su marido y con dos hijos, uno de 15 años y otro
de 8. Vino a pedirme que la ayudara a encontrar trabajo; el hotel en que
trabajaba de limpiadora la había despedido, con otras compañeras, en casa no
entraba nada y el marido se había desentendido de todo, no pasaba ninguna
renta. Ella tenía que cuidar, alimentar y satisfacer las necesidades y
“exigencias de sus hijos”. ¿Qué hacer? Encontró el camino de la prostitución.
Explotada, con el riesgo de caer en manos de un loco, con el miedo que algún
conocido la viera, vivía en tensión continua porque no quería que sus hijos se
avergonzaran de ella por lo que hacía. Hablando con ella descubrí su tristeza,
su desesperación, sus lagrimas.. y también su amor, la entereza de arriesgarlo
todo para que sus hijos pudieran vivir y convivir en una sociedad exigente; su
fortaleza que sabe buscar caminos, aunque sean degradantes para ella, que
manifiestan su amor a sus hijos; el marido había desaparecido y me pregunta yo
mismo ¿qué hombre se prostituiría para conseguir lo mismo?
El
ejemplo de esta mujer me descubrió dos cosas:
1.- El porqué Jesús las defiende: por su amor,
por su esperanza en superar la crisis, por el riesgo que asumen, por su fe.
2.- La hipocresía de la sociedad y de los
gobiernos que no valora a la persona concreta, sólo utiliza números y
culpabiliza a los que han de tomar soluciones arriesgadas porque son
responsables de unos hijos. ¿Quién ha llevado a la prostitución a esta persona?
El despido, el abandono del marido, la falta de ayudas, el hambre de sus hijos
y sus gastos, la necesidad del pagar luz, agua, gas, alquiler,… ¿Por qué hacer
responsable a esta mujer y despreciarla? El desprecio, ¿no lo merecemos todos
los otros que permitimos esto? Quizás, ahora, entenderemos mejor a Jesús y su advertencia:
“Las prostitutas os pasan delante en el
Reino de los cielos” Mt 21, 31
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