domingo, 4 de marzo de 2012

La transfiguración.

La transfiguración



            Si el primer domingo de cuaresma, guiados por Marcos, se nos orientaba hacia la oración y la súplica de “no nos dejes caer en tentación”, este domingo de la mano, también, de Marcos, se nos habla de la necesidad de transfigurarnos. La transfiguración es aquel momento de nuestra vida en que descubrimos la vivencia que “sólo a Jesús hemos de escuchar”. La decisión no es fácil, por ello estamos en Cuaresma, tiempo de reflexión, de mirar nuestra vida y sus opciones y de decidir por dónde  queremos caminar como seres humanos, como creyentes o no creyentes, desde nuestra libertad hemos de decidir.

       Se nos muestra cómo Jesús nos invita a retirarnos con Él a un lugar apartado, a la montaña. La montaña supone sacrifico, cansancio, renuncia, falta de comodidad y también, retiro, silencio, belleza, oración, paz,…

       Ante la tendencia a instalarnos cuando vivimos satisfechos, Jesús nos invita a no instalarnos en las tiendas del ya está todo hecho y dicho, en la insolidaridad con los otros hermanos: los que no pueden subir, los enfermos, los que sufren; tan poco sirven las de la comodidad y  la rutina, se ha de bajar al llano e iniciar el camino de Jerusalén que acaba de anunciar Jesús en 8, 35-39.

       Se presentan dos personajes: la Ley (Moisés) y el Profetismo (Elías). Mientras Jesús está transfigurado y su rostro brilla (los dos elementos que muestran que es Dios), los otros rostros quedan eclipsados, los dos personajes dialogan con Jesús. Mientras Pedro los considera a los tres con igual valor, el Padre del cielo le enmienda la plana: “Jesús es mi Hijo amado, escuchadle”. El Padre testifica que Jesús es su Hijo  y al único que hemos de escuchar.

       Nos cuesta entender que “Sólo Jesús basta” y, quizás, es por qué nos es más cómodo sustituirle por otras personas, por la ley moral, por el templo, por el culto, por las imágenes o por los santos: Rita, Pancracio, Gema, Antonio de Padua, etc… El Padre nos orienta hacia Jesús, quiere que sólo Jesús sea el motor de nuestra vida, quiere que no veamos, ni oigamos nada más que a Él. Él es el único a quien debemos seguir y escuchar, “escuchadle” nos dice.



       La Iglesia que es Madre y Maestra, en expresión de Juan XXIII, nos da razones y posibilidades para conocer a Jesús, el Nuevo Testamento, el Evangelio. Hemos de reconocer que  nos interesa poco, recordad que el sábado y domingo pasado se ofreció la posibilidad de leer personalmente y después en comunidad el Ev. según San Marcos y de todos los que vinimos al templo la pasada semana, sólo diez personas pidieron un evangelio de San Marcos. Es elemento básico que si no lo conocemos, no lo seguiremos. La verdad es que vamos a la nuestra, nuestro individualismo predomina sobre la misión del grupo, como si la decisión fuera nuestra. Reconozcamos que somos llamados a continuar la obra de Jesús y que es Él mismo quien nos ha unido a Él al integrarnos en su grupo, la comunidad de los creyentes. ¿Hemos pensado, alguna vez, si con nuestro actuar no estamos destrozando el Cuerpo de Cristo al hacer cada uno lo que le viene en gana? Os recomiendo leer de la  1ª Corintios, los capítulos 5 y del 12 al14. ¿A qué conclusión llegáis?



       Si decidimos ser creyentes de verdad, supliquemos al Señor Jesús que le conozcamos, que le amemos, que nos envíe el Espíritu al fondo de nuestro pobre corazón para que le podamos ver, para que le podamos comprender, para que asumamos la misión que nos ha confiado.

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