martes, 10 de enero de 2012

Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto.



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“Tú eres mi Hijo amado, mi predilecto”



                        Cuando el cielo se abrió en el bautismo de Jesús, la voz que se escuchó no fue la que esperaban las gentes. Esperaban una voz de ira, de castigo y se oyó una voz de amor, de confianza de ánimo: “Tú eres mi hijo amado, mi predilecto”.

                Estamos invitados a recuperar nuestro bautismo. No importa bautizar de pequeñines o de mayores; lo que importa es ser conscientes de los que se hace y de los que se recibe. Cada niño o niña, hombre o mujer ha de experimentar que el cielo se abre para el/ella para expresar esa palabra amable y esperanzada: “Eres mi hij@ amad@, mi predilecta”. Es una expresión de amor y de confianza de Dios en aquel hijo que por voluntad propia pasa a ser colaborador de su Hijo y a vivir la filiación como don, como gracia.

                De la mano de Dios hemos sido introduid@s en la comunidad de los creyentes; uno no se bautiza para si mismo y para su salvación, se bautiza para eso, para experimentar que es hijo y para vivir con los otros bautizados la misión comunitaria y personal que el Señor nos confiera. La misión es para la Iglesia, Pueblo de los Bautizados y dentro de esa misión cada uno ha de descubrir la suya. La comunidad, la Iglesia es Madre, nos acoge, respeta y acompaña y Maestra nos da todo lo que nuestros antepasados han vivido y experimentado, nos da la fe y la reflexión de la fe; nos da la Biblia como Palabra de Dios y nos enseña a meditarla, a vivir de ella y a comunicarla. Nos da la Eucaristía como actualización en la comunidad y nuestra vida los hechos de aquel jueves, viernes y sábado Santo que ha marcado la historia de la humanidad. Y todos los sacramentos.

                Bautizarse y desaparecer es una especie de “tomadura de pelo” al Padre porque le negamos de hacer algo nuevo a través de nosotros. Nos dejamos embaucar por el espíritu del mundo y nos olvidamos que se nos ha dado el Espíritu para construir un mundo donde las personas sean más importantes que las cosas. Donde la injusticia, el egoísmo y la ambición, metas y camino de nuestro sociedad sólo se combaten con el amor y la confianza depositada en el Señor que mueve nuestra vida hacia la solidaridad y la fraternidad.

        Si a cada uno de nosotros, el día de nuestro bautismo, se abrió el cielo para que pudiéramos escuchar: “tu eres mi hijo, mi hija amada”. Vivir y gastar la vida en la confianza de hijos queridos, es una experiencia de felicidad que nada ni nadie nos la puede robar. Os animo a trabajarla, sabiendo que puede haber tentaciones y ofuscaciones. Pero, no tengáis miedo, junto a Jesús y animados por su Espíritu estamos llamados a trabajar bien, para la gloria de Dios y el bienestar de los hermanos.

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