sábado, 14 de enero de 2012

Mi carta a los padres.


.

Mi carta a los padres:



 “Habla, Señor, que tu siervo escucha”





Queridos padres,

        Confieso que, hace muchos años, me ha enamorado esta expresión, primero de Elí como maestro y tutor de Samuel y, después, del propio niño.

        Tuvieron a bien sus padres, Elcaná y Ana, ofrecérselo al Señor y quedó bajo la tutoría y enseñanza del sacerdote Elí. En el templo y de noche, el Señor llamó a Samuel, éste pensó que era su tutor quien lo llamaba y se levanto tres veces para ver qué quería, la respuesta a la primera fue negativa y a la segunda, Elí sospechó que sería el Señor quien llamaba al niño y le oriento diciendo: la próxima vez que te llamen di: “Habla, Señor, que tu siervo escucha”. Así lo hizo y Samuel, de mayor, fue un profeta al servicio del Señor.

        Este texto me ha ayudado a reflexionar sobre nuestros niños, sería bueno para su crecimiento, como creyentes, que no les margináramos de la comunidad. Las catequistas han constatado que durante los días de Navidad, en la mayoría de las casas, Jesús ha estado ausente, no se ha hablado para nada, ni siquiera se ha abierto el libro de catequesis para repasar o ver si algo faltaba por hacer. Nada. Mucha televisión, sí. ¡Qué hermoso sería que nuestros matrimonios tuvieran la preocupación de Elcaná y Ana por sus hijos!

       

Estos niños y niñas fueron consagrados al Señor el día de su bautismo ¿quién les cuida, quién les orienta, quien les acompaña?   Samuel tuvo a Elí y éste le orientó. Los niños y niñas tienen preocupaciones y preguntas, los acontecimientos no les pasan desapercibidos y ¿a quién recurren?, la respuesta es fácil, a sus padres y ellos responden. Cuando son respuestas de índole de fe, ¿qué respuesta se les da? Les preparamos para lo mejor en la vida, entendiéndose por mejor: el mejor trabajo, el mejor sueldo, el mejor coche, el mejor piso,.. y les obligamos y a veces machacamos para que estudien y se sacrifique en horas de entreno; pero no se nos ocurre que tienen una dimensión espiritual que será fundamental para su vivir y para la misión, vocación o servicio que han de hacer en su vida de adultos. Apartados de la comunidad de los creyentes, sin crecimiento en la fe. Dado que el Espíritu Santo está en ellos, ¿no les estamos frustrando y desarmando para el futuro?, ¿para su futuro? ¿Les servimos o les programamos?

        Con la adolescencia puede venir la negativa a estudiar, a sacrificarse para avanzar, a caminar, pueden estar desorientados y se refugian en la T.V., en la música, las cosas y amigos externos. La familia no les sirve, no confían. Si se llega a esta situación, la familia se convierte en extraña a quien se exigirá comida, vestido, casa y euros para gastar. Por desgracia el camino de nuestra sociedad va por estos derroteros y producirá estas víctimas: primero los hijos, pero también los padres y los hermanos. Posiblemente en alguna casa ya lo estáis viviendo. El camino de solución vendría  a través de una conversación tranquila y sin gritos, pero cuando se llega a estas situaciones el diálogo es imposible, y eso que es más necesario que nunca.

        En muchos casos, en todos estos niños/as, menores de 10 años podíamos intentar trabajar con ellos de otra manera. Pere Casaldàliga, obispo emérito de una ciudad de Brasil, escribió: “No basta ser creyente, hay que ser creíble”. No es suficiente apuntar a los niños/as a la catequesis o traerlos a misa, porque el cura lo dice, y dejarlos a la puerta, sino tener momentos de expresión de la fe, de oración conjunta, leer el Nuevo Testamento juntos, dialogando sobre lo que nos está diciendo, valorando los acontecimientos vividos cada día y ver, después, ¿qué nos dice Jesús?, recurriendo, si nos acordamos, a alguna frase suya.

        Esto, amigos, debería ser una actividad diaria para acabar con una oración persona, de petición (pidiendo a Dios, o a algún miembro de la familia, ayuda), de perdón (pidiendo perdón por el mal hecho o el bien no hecho), de acción de gracias (por alguna cosa solucionada o superada) y  terminado juntos con una oración.

Estoy convencido que daría sus frutos.

Saludos cordiales. ¡Que Dios os bendiga en vuestra misión de padres!

                               Gregori.

.

.

No hay comentarios: