domingo, 26 de mayo de 2013


FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

             Hemos acabado todo el ciclo de la revelación de Dios, ahora es el tiempo de los seguidores de Jesús, el tiempo del nuevo Pueblo de Dios, el tiempo de la Iglesia. Esta Iglesia de hoy, de ayer y de mañana tiene una referencia clara la Comunión en el Amor de Dios que busca siempre nuestro bien.

         Somos fruto de esa Comunión de Amor de nuestro Dios que para nuestro bien se ha manifestado, o nosotros lo hemos “visto”, como Padre, Hijo y Espíritu Santo. Si conocemos un poco la Biblia descubriremos que el Padre, el Hijo y el Espíritu están trajinando desde el inicio del mundo para nuestro bien:

         En el inicio del mundo, en la Creación, no se distinguen las tres personas pero si nos introducimos un poco y contemplamos, nos damos cuenta que el Creador es ayudado por el Hijo, leamos el prólogo de San Juan y que el Espíritu es quien nos hace vivir, veamos la efusión del Espíritu de Dios sobre las “narices” del hombre que convierte el barro en un ser vivo.

         Con el tiempo esas tres personas se han ido concretando, durante el Antiguo Testamento, en los libros de origen griego, se habla de Sabiduría, y se dice que está junto a Dios, que ilumina la vida de los hombres, que anima y los hace dignos de ser testigos. Esa Sabiduría, llamada así por los griegos del Antiguo testamento, es el Espíritu Santo.

         El tiempo, también, fue distanciando al hombre de Dios, los intereses egoístas hicieron que el hombre se entregara en alma y cuerpo a los ídolos: tener, poder, competir,.. , y se olvidó al Dios vivo. Aquella canción que triunfó hace unos años “antes muerta que sencilla” es el canto a la idolatría. El abandono de Dios supone encerrarse en las propias fuerzas y desesperaciones, crea conflicto personal y con los otros.

         En un determinado momento de la Historia, Dios Hijo decide clarificar y ayudar a quien lo necesita y está perdido, se hace Hombre y con su manera de vivir nos muestra como es, de verdad, una persona humana: humildad, sencillez, pobreza, manos y cabeza limpia para poder orar, dialogar con el Padre, servir a los hermanos/as. Potenció lo más noble del ser humano y nos enseñó la dignidad y las posibilidades de amor de nuestras vidas unidas, como hijos, al Padre. Creó un grupo de continuadores, savia nueva en un mundo viejo. Mundo dislocado, descentrado por el pecado fruto del egocentrismo y la marginación de Dios. Este mundo lo expulsó, clavándole en la Cruz. No se rebeló, al contrario amó y entregó su Espíritu, aquel que el Padre le entregó el día del bautismo y que animó y guió toda su vida para potenciar la comunión de amor con el Padre y los hermanos. Resucitado, trajo paz a la vida de los discípulos y de todos; una paz que se centra en la unificación de la vida de la persona: ya no necesitamos a Dios y a los ídolos. Por lo visto, por lo experimentado, por el testimonio recibido con Dios tenemos suficiente. No encontraremos a nadie que nos quiera tanto y nos haga tan libres. La sociedad, siempre engañosa, nos enreda por eso Dios se hace presente en nuestras vidas en el Espíritu Santo que nos ayuda a entender y valorar todo su amor hacia nosotros. Todo Dios (Padre, Hijo y Espíritu Santo) a nuestro favor. ¡Seamos agradecidos!

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