viernes, 3 de mayo de 2013


Feliz Pascua: Oscar Romero.

                        Llegó la hora de la beatificación del obispo mártir Oscar Romero del Salvador. Parecía no llegar nunca el momento; América latina lo pedía y en Roma se paralizó en la época de Juan Pablo II.  Ha llegado un Obispo de Argentina y lo ha sacado a la luz.

         Cuando todas estas semana de Pascua, la primera lectura de los Hechos de los Apóstoles y la segunda del Apocalipsis nos hablan de persecución y martirio, no hacemos una idea de lo que supone ser fiel a Jesucristo en un ambiente hostil y ante unos no dispuestos a dialogar sino a imponer por la buenas o por las malas su criterio.

Óscar Arnulfo Romero, que se caracterizó por defender a los más pobres y desprotegidos, fue asesinado de un disparo en el pecho cuando oficiaba misa en la capilla de un hospital para enfermos de cáncer de San Salvador en marzo de 1980, cuando estaba a punto de estallar la guerra civil que se prolongó hasta 1992. En 1994 se abrió el proceso de beatificación del prelado, a quien muchos latinoamericanos llaman ya "San Romero de América", pese a que aún no ha sido beatificado. Tras concluirse la parte diocesana salvadoreña, en 1996 el proceso pasó al Vaticano. En los últimos años se encontraba en una etapa de estancamiento en la Congregación para la Causa de los Santos. Juan Pablo II, la paralizó.

El 22 de abril  de 1979, el arzobispo Óscar Arnulfo Romero y Galdámez anunciaba al final de su homilía dominical que en unos días partiría hacia Roma, invitado por las Hermanas Dominicas de la Anunciata, para asistir a la beatificación del padre Francisco Coll Guitart, la primera del largo pontificado del nuevo papa Juan Pablo II. Naturalmente –dijo Monseñor Romero aquel día desde el púlpito–, todo el que va a Roma, sobre todo, si es pastor, su gran anhelo es mirar al Papa. Veré al Papa y platicaré con él. Yo nunca he estado opuesto a la línea del Papa. Seguiré todo lo que el Papa dice. Ya sé que allá, adelante, están muchas denuncias contra mí. Hay muchas informaciones que están diciendo de lo torcido de mi pastoral, y sé que el Papa me preguntará sobre ello. Costó que Juan Pablo II recibiera a Monseñor Romero; pasó varios días de desesperación rogando de despacho en despacho por una audiencia que al final le fue concedida el 7 de mayo, nueve días después de haber aterrizado en Roma. Fue además un encuentro tenso, la más tensa de sus cuatro audiencias papales. Wojtila lo recibió con la espada desenvainada: lo calló cuando el salvadoreño intentó exponer la crítica situación en materia de derechos humanos que atravesaba el país; le recomendó “prudencia” a la hora de hacer denuncias sobre la realidad nacional; y le ordenó que se acercara a los obispos afines al régimen.“Yo salí preocupado por advertir que influía una información negativa acerca de mi pastoral”, consignó Monseñor Romero en su diario personal, “mi impresión no fue del todo satisfactoria”.

¡Gracias a Dios han llegado nuevas sensibilidades a Roma!

 

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