sábado, 23 de mayo de 2009

MIRANDO AL CIELO

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Un viejo relato de la Ascensión recogido en los Hechos de los Apóstoles termina con un episodio muy significativo. Los discípulos quedan con la mirada fija en el cielo donde ha desaparecido el Señor. Entonces se presentan dos varones vestidos de blanco que les dicen: «Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?».
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Probablemente, el relato trata de corregir la actitud equivocada de algunos creyentes. No es el momento de permanecer pasivos mirando al cielo, sino de comprometerse activamente en la construcción del reino de Dios, con la esperanza puesta en e Señor que un día volverá. A los cristianos se nos ha acusado muchas veces, y con razón, de estar demasiado atentos al cielo futuro, y poco comprometidos en la tierra presente.
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Hoy quizás las cosas han cambiado. No sabría decir si acertamos a comprometernos más responsablemente en la construcción de un mundo más humano. Pero, ciertamente, son bastantes los cristianos que han dejado de mirar al cielo.
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Las consecuencias pueden ser graves. Olvidar el cielo no conduce automáticamente a preocuparse con mayor responsabilidad de la tierra. Ignorar al Dios que nos espera y nos acompaña hacia la meta final, no da una mayor eficacia a nuestra acción social y política. No recordar nunca la felicidad a la que estamos llamados, no acrecienta nuestra fuerza para el compromiso diario.
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Por otra parte, obsesionados por el logro inmediato de bienestar, atraídos por pequeñas y variadas esperanzas, atrapados en la rueda del trabajo y el consumo, quizás necesitamos que alguien nos grite: «Creyentes, ¿qué hacéis en la tierra sin mirar nunca al cielo?».
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Los humanos hemos acortado demasiado el horizonte de nuestra vida. Nos contentamos con esperanzas demasiado pequeñas. Se diría que hemos perdido el anhelo de lo infinito.
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No se trata de elevar nuestra mirada hacia un cielo salido de las manos del Creador como un acto de «magia divina», sino de descubrir que Dios es Alguien que está llevando a su plenitud todo el deseo de vida y felicidad que se encierra en la creación y en la historia de todos los hombres.
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Creer en el cielo es recordar que los seres humanos no podemos darnos todo lo que andamos buscando. Y, al mismo tiempo, creer que nuestros esfuerzos de crecimiento y búsqueda de una tierra más humana no se perderán en el vacío. Porque al final de la vida no nos encontraremos sólo con los logros de nuestro trabajo sino con el regalo del amor de Dios.
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