Semana santa
No sé a vosotros, pero a mí, se me ha echado la
semana Santa encima, silenciosamente y nos toca reaccionar, ponernos a punto
para celebrarla con todo el espíritu de creyentes. Sabemos que para nosotros no
son días de vacaciones, sino de intensa oración y meditación. La Iglesia, Madre
y Maestra nos presenta una liturgia muy familiar y muy caliente nos coloca como si estuviéramos en los
momentos del lavatorio de los pies y Jesús nos pidiera que nos los dejáramos
lavar, le ayudáramos a Él, lavándonoslos los unos a los otros, como asignatura
a superar para ser discípulos y formar parte de su Iglesia.
Al
final de la noche del jueves nos convoca, al Monte de los Olivos a rezar, a
acompañar a Jesús, que no quiere estar sólo, que necesita el apoyo de sus
amigos, ante la difícil hora que le viene encima. La Hora Santa, será la oración
comunitaria, después silencio.
El
Viernes Santo, a la hora del juicio y la sentencia, nos reunimos para rezar
Laudes (alabar), es decir dar gracias a Dios al comienzo del día. Es el
despertar al nuevo día, expresión simbólica de la Resurrección del Señor.
Mientras la comunidad reza Laudes, está concluyendo el juicio contra Jesús y se
dictará la condena de muerte. La muerte no puede ser en la Ciudad a de ser
fuera de las murallas, la ida del Pretorio (casa de Pilato) al Calvario
(montículo fuera de las murallas), es lo que llamamos Viacrucis, Jesús recorre
el camino con la cruz del martirio, acompañado de dos bandidos. Ese camino de
sufrimiento lo viviremos a las 12 h. Meditaremos, llevaremos la cruz, rezaremos
y cantaremos cantos que nos ayuden a sintonizar con Jesús.
La
Celebración del Viernes acaba a las 17 h., momento en el que más o menos murió
Jesús. Escucharemos el relato de la Pasión donde se expresa la crueldad, el
desprecio, el prejuicio, el abandono a que es sometido Jesús. No intentemos
edulcorar lo que fue una manifestación
de la bestialidad humana. Jesús sufrió tanto que en algún momento pensó que el
Padre le había abandonado. ¡No le quitemos realidad por dura que sea al mayor
crimen de la historia! Que no quitemos ni un ápice de sufrimiento, no quiere
decir que no valoremos la entrega y fidelidad de Jesús. Jesús buscaba la gloria
del Padre y esta pasaba por conseguir la fraternidad entre los seres humanos.
Hombres hermanos significaba hombres-mujeres asidos a la mano del Padre, en
mutuo amor, viviendo el servicio y marginando el protagonismo. ¡Jesús fracasó!
Somos conscientes de ello y por eso en la
Resurrección de la mañana del Domingo descubrimos el actuar del Padre que no
está dispuesto a que esta tierra y estos humanos, obra de sus manos, no puedan disfrutar
la vivencia de una Padre que nos ama y la alegría de la fraternidad. Jesús lo
ha hecho bien, ha dejado huellas bien marcadas, ha dado orientación y
consignas, hay que ayudarlo a descubrir y valorar, se necesita una nueva acción
del Padre y del Hijo y esa acción la concretan en la donación del Espíritu Santo.
Él, como tremenda fuerza que ilumina, nos hace valorar a Jesucristo que pasa a
ser Señor y Maestro, que nos llama a seguirle y si accedemos, llena nuestra
vida de santidad. Podíamos decir misión cumplida, si no fuera que cada segundo
nace una nueva vida a la que hay que santificar, por eso el Padre, el Hijo y el
Espíritu Santo no han dejado nunca de trabajar. ¡Aleluya!
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