sábado, 14 de septiembre de 2013


 
Para conocer mejor a Jesucristo

 
Cierto que ha de ser la meta de todo cristiano/a. Muchos de nosotros leemos el evangelio de cada día. Es buen momento porque hemos empezado a leer en la lectura continua el evangelio de Lucas, la semana pasada acabamos el de Mateo, anteriormente habíamos leído el de Marcos. Desde ahora y hasta Adviento seguiremos a Jesús en Lucas, aprovechemos la ocasión. Sin miedo y rompiendo, quizás, con la propia dinámica e historia, cojamos un papel, mejor una libreta, y un bolígrafo y empecemos: leamos el fragmento del evangelio del día y descubramos (unas veces es posible y otras no, hagamos lo que podamos).

Empecemos con la Invocación del Espíritu Santo.

            1.- ¿Dónde está Jesús?

            2.- ¿Qué pasa en esa escena? ¿Qué ve? ¿Qué le plantean?

            3.- ¿Qué personas aparecen? ¿cómo son? ¿qué les preocupa?

            4.- ¿Cómo actúa Jesús? ¿qué hace? ¿qué dice?

5.- ¿Qué novedad aporta? ¿cómo quiere cambiar el corazón de las gentes?

Nuestro ahora:

            6.- ¿Se parece en algo a la situación que se vivía entonces?

            7.- ¿Nuestro actuar está de acuerdo con lo que Jesús desea?

            8.- ¿Qué llamadas descubrimos?

Acción de gracias:

         9.- ¿Cómo nos sentimos confortados?

         10.- ¿Qué ayuda necesitamos?: Oración y comunidad.

Todo parece muy complicado, pero no lo es. Es cuestión de práctica y si la iniciamos estaremos muy contentos de haberlo hecho.
La misa de los miércoles, que se presta, es un buen momento para compartir lo trabajado, así lo haremos. No será un examen, ni todos hemos de intervenir, cada uno que trabaje, nos fiamos los demás y el Espíritu ya le hará hablar.

 

Mensaje del domingo: ¡NO ME SIGÁIS DE CUALQUIER MANERA!       

            Jesús va camino de Jerusalén. El evangelista nos dice que le “acompañaba mucha gente”. Sin embargo, parece que Jesús no se hace ilusiones. No se deja engañar por entusiasmos fáciles de las gentes. A algunos les preocupa hoy cómo va descendiendo el número de los cristianos. A Jesús le interesaba más la calidad de sus seguidores que su número.
            De pronto “se vuelve” y comienza a hablar a aquella muchedumbre de las exigencias concretas que encierra el acompañarlo de manera lúcida y responsable. No quiere que la gente lo siga de cualquier manera. Ser discípulo de Jesús es una decisión que ha de marcar la vida entera de la persona.
            Jesús les habla, en primer lugar de la familia. Aquellas gentes tienen su propia familia: padres y madres, mujer e hijos, hermanos y hermanas. Son sus seres más queridos y entrañables. Pero, si no dejan a un lado los intereses familiares para colaborar con él en promover una familia humana, no basada en lazos de sangre sino construida desde la justicia y la solidaridad fraterna, no podrán ser sus discípulos.
            Jesús no está pensando en deshacer los hogares eliminando el cariño y la convivencia familiar. Pero, si alguien pone por encima de todo el honor de su familia, el patrimonio, la herencia o el bienestar familiar, no podrá ser su discípulo ni trabajar con él en el proyecto de un mundo más humano.
            Más aún. Si alguien solo piensa en sí mismo y en sus cosas, si vive solo para disfrutar de su bienestar, si se preocupa únicamente de sus intereses, que no se engañe, no puede ser discípulo de Jesús. Le falta libertad interior, coherencia y responsabilidad para tomarlo en serio.
            Jesús sigue hablando con crudeza: “Quien no lleve su cruz detrás de mí, no puede ser mi discípulo”. Si uno vive evitando problemas y conflictos, si no sabe asumir riesgos y penalidades, si no está dispuesto a soportar sufrimientos por el reino de Dios y su justicia, no puede ser discípulo de Jesús.
            No se puede ser cristiano de cualquier manera. No hemos de confundir la vida cristiana con formas de vivir que desfiguran y vacían de de contenido el seguimiento humilde, pero responsable a Jesús.

 

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