sábado, 28 de septiembre de 2013


 
LOS SERES HUMANOS ESTAMOS VACIOS

           
                 En la secuencia al Espíritu Santo suplicamos “Mira el vacío del hombre si tú le faltas por dentro”. Nuestra sociedad ha optado por no reconocer a Dios y, como consecuencia, hace tiempo que decidió vivir sin Él porque, se decía, que él (el hombre) era capaz de producir todo aquello que precisaba para satisfacer  sus necesidades vitales. Muchos hombres y mujeres (especialmente los dirigentes políticos, económicos y sociales) decidieron olvidarse que un ser humano es principalmente un ser  espiritual y que lo es porque “ha sido hecho a imagen y semejanza de Dios”. Si Dios no existiera ninguno de nosotros viviría; sin Él nada somos. ¿Porqué echarle?

            Es un grave error anular la dimensión espiritual del ser humano, porque sólo potenciando esta dimensión llegaremos a la plenitud de nuestra dignidad. Sin ella, el ser humano pierde sus derechos básicos: igualdad, fraternidad, respecto, aceptación, para quedarse en el rango animal, aunque sea el primero de todos: explotado económicamente, manipulado para conseguir fines que le destruyen, utilizado para el negocio, carne de cañón para las guerras, consumidor de mil y un productos innecesarios y, muchas veces, perjudiciales.

             En este mundo vivimos, la sociedad nos paraliza; por este camino son formados nuestros hijos/as: pocos se bautizan, menos hacen la comunión y menos contraen matrimonio; es verdad que lo importante no son las estadísticas; lo importante es ser servidores de todo el ser humano y, por ahora, para la mayoría de padres su servicio consiste en darlos cosas, en que compitan, prepararles para que sean los mejores en  todo; pero no dialogar, ni rezar juntos, ni los ayudan a sentirse miembros del Pueblo de Dios. Estoy hablando de los bautizados. Una  sociedad así no ha vencido la primera tentación, vive en ella y se reboza en ella: “No sólo de pan vive el hombre ….” (Mt 4,3s).

En la sociedad del consumo la mayoría de los seres humanos viven en la superficie. Ello trae dos consecuencias:

1.- No descubren la gran maravilla del reino de Dios. “El Reino de Dios está dentro de vosotros” (Lc 17,20s). No está fuera, no se ha de construir en el exterior, se ha de aceptar en el interior, se ha de reconocer la presencia constante de Dios amándome en mi vida. Y eso no es cuestión de comida, ni de bebida, ni de placeres, ni de apariencias, sino de justicia, de paz y de gozo en el Espíritu Santo. (Rm 14,17s)
 
2.- Se anda descentrado y preocupado con mil y un problemas que nunca encuentran solución, porque no van al fondo. El problema de fondo más común suele ser: Falta de aceptación y carencia de amor verdadero a uno mismo. Cuando mi valor sólo me lo da la competencia con el otro, es difícil gustarme a mí mismo. ¿Quién me apoya  y defiende?
 
 

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