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solo
vinculados a Jesucristo daremos buenos frutos.
¿Cuántas
veces, hemos cantado: “La piedra que rechazaron los arquitectos, es ahora la
piedra angular”? Es fácil cantar, a veces proclamar; más difícil es vincularse,
vaciarse de todos nuestros castillos de arena, y bajar a la realidad de
nuestras vidas, asumiendo nuestra pobreza y nuestra dependencia de personas,
instituciones, cosas, ilusiones, etc. Con el evangelio en la mano, que es
nuestro Santo Libro, donde encontramos el tesoro más preciado para los
cristianos, la Palabra de Dios, descubrimos que sin la vinculación a Jesucristo
no somos nada. Fijémonos bien: “Yo soy la vid verdadera y mi Padre el labrador”
y también “Yo soy la vid y vosotros los sarmientos”. Cuando dice “Yo soy la
vid”, nos está diciendo Yo soy toda la planta: la cepa, los sarmientos, las
hojas y las uvas. Los que hemos vivido, en algún momento, relacionados con las
viñas, constatamos que de los sarmientos salen una especie de ganchos que se
enredan en otras plantas, como si se adhieran a ellas y que cuesta mucho
soltar, a veces es preferible cortar, podar. El Padre, dice Jesús, es el
labrador, el viñador, el que tiene la misión de podar nuestros brotes de
soberbia, de egoísmo, de rutina, de insolidaridad, de autosuficiencia,… Poda
todo aquello que no da fruto, para que no se malgasten energías que pueden dar
un fruto bueno, gustoso. Un fruto bueno al paladar porque fabricará un buen
vino que alegre la vida de las personas y con ello se dará gloria a Dios.
Jesús se siente tan vinculado a su planta, a su Iglesia, a
nosotros, nos siente tan suyos, tan fruto de su amor al Padre, que afirma:“ sin
mí no podéis hacer nada”. Él es el único que puede hacer esta afirmación. Nadie
debe intentar, o parecer que lo intenta, asumir ese protagonismo. Él es la Vid,
nosotros los sarmientos de esa Vid. La unión de los sarmientos es con Él. Él es
quien pone nueva fuerza, libertad, vitalidad y alegría en nuestra vida… Cada
“sarmiento”, unido a la Vid, tiene un crecimiento que efectuar y una misión que
realizar.
El Padre sabe qué hay en cada uno de nosotros que deba ser
cortado, eliminado, purificado-quemado. Con su acción realiza los cortes
necesarios, con maestría y ternura, para dar energía y oxigenar la vida de la
planta, para orientar, para ayudar a crecer y dar fruto. Él trabaja en
nosotros/as, haciendo nuestra vida fecunda, sólo con dejarle hacer.
Las expresiones de Jesús son: permanecer y dar fruto. La imagen de la VID y
los sarmientos nos muestra ¿qué suponía ser discípulo en la Comunidad de Juan
y, por extensión, los cristianos de todos los tiempos: estar unidos a
Jesucristo, escuchar su palabra, actualizar y hacer vida sus palabras e
implicarse en la realidad que vivimos; esto es, dar fruto.
Actuar así da gloria al Padre y sentido pleno a nuestra
vida, con palabras de Jesús “hacemos lo que nos toca hacer”. Podríamos hacernos una
pregunta: ¿En qué noto yo, y notan los otros que estoy unido/a a Jesús?
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