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Espíritu
santo
Con la
venida del Espíritu Santo empieza la verdadera historia de la Comunidad de los seguidores de Cristo. Cristo ha posibilitado llenar
nuestro Espíritu del genuino
espíritu del hombre: el Espíritu divido, el Espíritu del Padre que el pecado
vació y relleno con otros espíritus pequeñitos, egoístas que todavía acaparan
muchos corazones y que están ocasionando serios problemas a la convivencia y la
fraternidad, lo palpamos cada día: hambre, guerras, desigualdades, injusticias,
desprecio del hermano, el hermano como mercancía, armas,… plasmados en
unos números, las estadísticas que lo
dicen todo y
no dicen absolutamente nada del
latido de los corazones. Jesús con su muerte en cruz vació del contenido
egocéntrico el corazón de los hermanos; no todos lo han aceptado, “pero a
quienes lo han aceptado le ha dado la posibilidad de proclamar, Padre”,
dirigiéndose a Dios.
Aunque no
nos demos cuenta, en creyentes y no creyentes, el Espíritu de Dios está bien
presente a través de la generosidad, de la fraternidad, de la investigación y
la ciencia, de la concordia, de la bondad y la paz, de la solidaridad y defensa
del otro, de la verdad, de la fortaleza de muchas vidas que no se derrumban
ante situaciones muy complicadas, el buen consejo para ayudar a clarificar
situaciones y despertar personas; el amor a Dios a través de la oración, la
aceptación y vivencia de sus palabras,… Si tenemos un poco los ojos abiertos
veremos y gozaremos con la actividad que el Espíritu Santo realiza en nosotros
y entre nosotros.
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