ESCUCHAR A JESÚS,
por
José Antonio Pagola
El centro de ese
relato complejo, llamado tradicionalmente “La transfiguración de Jesús”, lo
ocupa una Voz que viene de una extraña “nube luminosa”, símbolo que se emplea
en la Biblia para hablar de la presencia siempre misteriosa de Dios que se nos
manifiesta y, al mismo tiempo, se nos oculta.
La Voz dice estas palabras: “Este es mi Hijo, el amado, mi
predilecto. Escuchadlo”. Los discípulos no han de confundir a Jesús con nadie,
ni siquiera con Moisés y Elías, representantes y testigos del Antiguo
Testamento. Solo Jesús es el Hijo querido de Dios, el que tiene su rostro
“resplandeciente como el sol”.
Pero la Voz añade algo más: “Escuchadlo”. En otros tiempos,
Dios había revelado su voluntad por medio de los “diez mandatos” de la Ley.
Ahora la voluntad de Dios se resume y concreta en un solo mandato: escuchad a
Jesús. La escucha establece la verdadera relación entre los seguidores y Jesús.
Al oír esto, los discípulos caen por los suelos “llenos de
espanto”. Están sobrecogidos por aquella experiencia tan cercana de Dios, pero
también asustados por lo que han oído: ¿podrán vivir escuchando solo a Jesús,
reconociendo solo en él la presencia misteriosa de Dios?
Entonces, Jesús “se acerca y, tocándolos, les dice:
Levantaos. No tengáis miedo”. Sabe que necesitan experimentar su cercanía
humana: el contacto de su mano, no solo el resplandor divino de su rostro.
Siempre que escuchamos a Jesús en el silencio de nuestro ser, sus primeras
palabras nos dicen: Levántate, no tengas miedo.
Muchas personas solo conocen a Jesús de oídas. Su nombre
les resulta, tal vez, familiar, pero lo que saben de él no va más allá de
algunos recuerdos e impresiones de la infancia. Incluso, aunque se llamen
cristianos, viven sin escuchar en su interior a Jesús. Y, sin esa experiencia,
no es posible conocer su paz inconfundible ni su fuerza para alentar y sostener
nuestra vida.
Cuando un creyente se detiene a escuchar en silencio a
Jesús, en el interior de su conciencia, escucha siempre algo como esto: “No
tengas miedo. Abandónate con toda sencillez en el misterio de Dios. Tu poca fe
basta. No te inquietes. Si me escuchas, descubrirás que el amor de Dios
consiste en estar siempre perdonándote. Y, si crees esto, tu vida cambiará.
Conocerás la paz del corazón”.
En el libro del Apocalipsis se puede leer así: “Mira, estoy
a la puerta y llamo; si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su
casa”. Jesús llama a la puerta de cristianos y no cristianos. Le podemos abrir
la puerta o lo podemos rechazar. Pero no es lo mismo vivir con Jesús que sin
él.
Trabajemos esta
semana:
1º.- Antes de salir a la calle, hagamos
un ratito de oración y mostrémonos a los demás como si Jesús estuviera con
ellos: acogedores, amables, dialogantes, pobres, sencillos. Mostremos, como
Jesús, que somos personas queridas a quien se
confía esta misión.
2º.- Dialoguemos con el Señor sobre lo
que hemos visto y oído, sufrimiento, alegría, esfuerzo, dolor, soledad,
esperanza,….
3º.- En el silencio personan, pregúnteme:
¿Señor, qué puedo hacer en esta situación? ¿Qué he de hacer como hijo querido?
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