EL PAPA FRANCISCO Y LA EUCARISTÍA (2).
Queridos hermanos y hermanas, buenos días!
En la última catequesis he puesto de relieve
como la Eucaristía nos introduce en la comunión real con Jesús y su misterio.
Ahora podemos hacernos algunas preguntas sobre la relación entre la Eucaristía
que celebramos y nuestra vida, como Iglesia y como cristianos a nivel
individual. Nos preguntamos: ¿cómo vivimos la Eucaristía? ¿Cómo vivimos la
Misa, cuando vamos a Misa el domingo? ¿Es sólo un momento de fiesta, una
tradición consolidada, una ocasión para encontrarse o para sentirse bien, o es
algo más?
Hay señales muy concretas para comprender
cómo vivimos todo esto. Cómo vivimos la Eucaristía. Señales que nos dicen si
vivimos bien la Eucaristía o si no la vivimos tan bien. La primera pista es nuestra manera de ver y considerar a los otros.
En la Eucaristía, Cristo siempre lleva a cabo nuevamente el don de sí mismo que
ha realizado en la Cruz. Toda su vida es un acto de total entrega de sí mismo
por amor; por eso Él amaba estar con sus discípulos y con las personas que
tenía ocasión de conocer. Esto significaba para Él compartir sus deseos, sus
problemas, lo que agitaba sus almas y sus vidas. Ahora, cuando participamos en
la Santa Misa, nos encontramos con hombres y mujeres de todas las clases:
jóvenes, ancianos, niños; pobres y acomodados; originarios del lugar y
forasteros; acompañados por sus familiares y solos... Pero la Eucaristía que
celebro, ¿me lleva a sentirlos a todos, realmente, como hermanos y hermanas?
¿Hace crecer en mí la capacidad de alegrarme con el que se alegra y de llorar
con el que llora? ¿Me empuja a ir hacia los pobres, los enfermos, los
marginados? ¿Me ayuda a reconocer en ellos el rostro de Jesús? Todos vamos a
Misa porque amamos a Jesús y queremos compartir su pasión y su resurrección en
la Eucaristía. Pero, ¿amamos como Jesús quiere que amemos a aquellos hermanos y
hermanas más necesitados? Por ejemplo, en Roma, estos días hemos visto tantos
problemas sociales: la lluvia que ha provocado tantos daños a barrios enteros;
la falta de trabajo, provocada por esta crisis social en todo el mundo... Me
pregunto y cada uno de nosotros preguntémonos: yo que voy a Misa, ¿cómo vivo
esto? ¿Me preocupa ayudar? ¿Me acerco? ¿Rezo por ellos que tienen este
problema? O soy un poco indiferente... O quizá me preocupo de charlar: '¿Pero
has visto cómo estaba vestida aquella o cómo estaba vestido aquel?' A veces se
hace esto, ¿no? Después de Misa, ¿o no? ¡Se hace! ¿Eh? ¡Y eso no se tiene que
hacer! Tenemos que preocuparnos por nuestros hermanos y hermanas que tienen una
necesidad, una enfermedad, un problema... Pensemos, nos hará bien hoy, pensemos
en estos hermanos y hermanas que tienen hoy problemas aquí en Roma. Problemas
por culpa de la lluvia, por esta tragedia de la lluvia, y problemas sociales de
trabajo. Pidamos a Jesús, a este Jesús que recibimos en la Eucaristía, que nos
ayude a ayudarles.
Un segundo indicio, muy importante, es la gracia de sentirnos
perdonados y dispuestos a perdonar. A veces alguno pregunta: ‘¿Para qué se
debería ir a la iglesia, dado que el que participa habitualmente en la Santa
Misa es pecador como los demás?’ ¿Cuántas veces hemos escuchado esto? En
realidad, quien celebra la Eucaristía no lo hace porque se considera o quiere parecer
mejor que los demás, sino precisamente porque se reconoce siempre necesitado de
ser acogido y regenerado por la misericordia de Dios, hecha carne en
Jesucristo. Si cada uno de nosotros no se siente necesitado de la misericordia
de Dios, no se siente pecador, es mejor que no vaya a Misa, ¿eh? ¿Por qué?
Nosotros vamos a Misa, porque somos pecadores y queremos recibir el perdón de
Jesús. Participar de su redención, de su perdón. Ese ‘Yo confieso’ que decimos
al principio, ¡es un verdadero acto de penitencia! Soy pecador, me confieso.
¡Así empieza la Misa!
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