CALENDARI D’ACTIVITATS
1.
Empezamos la semana de oración por la unidad de las Iglesias
cristianas.
Como cada año, por estas fechas
y fruto del trabajo ecuménico, la oración de las diversas Iglesias cristianas,
(especialmente católicos, ortodoxos y las diversas ramas de las iglesias
reformadas), está orientada a que el Señor nos conceda la unidad, expresión
necesaria para manifestar la credibilidad de nuestra fe y desterrar la idea que
los intereses humanos dominan la voluntad de Jesús “que todos sean uno”, como
Él pedía al Padre.
La eucaristía del miércoles, así como las
oraciones de los fieles de estos días irán con esta intención. Interesémonos
por la unidad, demos muestras de que la trabajamos: acogiendo, dialogando con
los hermanos cristianos asociados a otras iglesias.
La unidad no se conseguirá si pensamos que
ortodoxos y protestantes se han de convertir y volver a los católicos, sino por
el camino que tanto unos como otros, también los católicos, nos hemos de
convertir al Señor. Juntos hemos de hacer caso, a la proclamación que hace
Jesús en el inicio del evangelio de Marcos: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva” (Mc 1, 15).
Aunque es un paso positivo, tanto las conferencias
como las oraciones que anualmente se realizan sobre estos temas; pero no podemos
dejar el ecumenismo sólo en manos de intelectuales, sino que los creyentes de a
pie nos hemos de implicar. Dando por supuesto que no queremos dejar el
ecumenismo en manos académicas y expertos, sino que nos hemos de preguntar ¿qué
podemos hacer los creyentes de a pie?
a) Lo primero
que hemos de reformar es el mismo concepto de Iglesia, la Iglesia no es como
piensan mucho la jerarquía, la Iglesia la formamos todos los bautizados y entre
los bautizados, destacan para la misión de animación y sobre todo de fidelidad
a Jesucristo, unas personas consagradas. Los creyentes católicos hemos de
formar parte activa y responsable de nuestra Iglesia, y trabajar, a nuestro
nivel la unidad, es un derecho y deber.
b) Hemos de
colocar el nombre de Dios en todo diálogo y en toda acción, Éll debe ocupar el
centro y no los dogmas, las prácticas y
la organización. Será el gran signo de la conversión, porque el pecado, del que
no nos gusta hablar, es esencialmente la separación de Dios; el hombre con
criterios propios, no tiene necesidad de la comunión con el Padre. Cuando esto
pasa, el egocentrismo, el egoísmo pasa a primer término y Dios es utilizado para
certificar o avalar lo que el hombre ha decidido. A esto muchas veces se “llama conseguir la
libertad”, cuando, de hecho, es caer en la esclavitud. Sabemos que por el
bautismo fuimos revestidos de Cristo y que “ya
no hay judío ni griego, esclavo ni libre, hombre ni mujer: porque todos somos
uno en Cristo Jesús” (Gal. 3,27). Es en el bautismo donde conseguimos,
porque se nos da, la libertad. Podemos decir que la gloria de nuestra libertad,
no reside en que podamos hacer lo que queramos, sino que todo lo que hagamos se
ha de convertir en canto de acción de gracias a Dios.
c)
Es este estilo de libertad que nuestro
mundo agnóstico tendría que poder respirar entre nosotros, tanto católicos,
ortodoxos y protestantes: la presencia de Cristo en un mundo que, aunque no nos
lo parezca del todo es “un valle de lágrimas”, porque los fuertes y
prestigiosos van a la suya, sin ninguna consideración de todos los que quedan
al margen: un mundo que necesita el perdón y la acción de Dios. Y, tal y como
se mueve el ecumenismo, quizá hemos errado la preocupación, no nos ha de
preocupar tanto “¿qué haremos para salvar la Iglesia en nuestro mundo actual?” sino
que la pregunta que nos hemos de hacer es ¿qué haremos para que nuestro mundo
encuentre en Cristo la verdadera libertad?”
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