Catequesis del papa, el miércoles 18 de diciembre
Queridos hermanos y hermanas,
¡buenos días!
Este encuentro tiene lugar en el
clima espiritual del Adviento, aún más intenso por la novena de la Santa
Navidad, que estamos viviendo en estos días y que nos lleva a las fiestas navideñas. Por eso hoy me
gustaría reflexionar con vosotros sobre la Navidad, la Navidad de Jesús, fiesta
de la confianza y la esperanza, que supera la incertidumbre y el pesimismo.
Y la razón de nuestra esperanza es ésta: ¡Dios está con
nosotros y confía en nosotros otra vez! Pero piensen bien en esto: ¡Dios está con
nosotros y Dios se fía todavía de nosotros! Es generoso este Padre Dios ¿eh?
Dios viene a morar con los hombres, elige la Tierra como su casa para estar
junto al hombre y encontrarlo allí donde el hombre pasa sus días en la alegría
y en el dolor. Por lo tanto, la tierra ya no es sólo un ‘valle de lágrimas’,
sino es el lugar donde Dios mismo ha puesto su tienda, es el lugar de encuentro
entre Dios y el hombre, de la solidaridad de Dios con los hombres. Dios ha
querido compartir nuestra condición humana hasta el punto de llegar a ser uno
con nosotros en la persona de Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre. Pero hay algo aún más
sorprendente. La presencia de Dios en medio de la humanidad no se ha realizado
en un mundo ideal, idílico, sino en este mundo real, marcado por
tantas cosas, buenas y malas, marcado por divisiones, maldad, pobreza,
opresiones y guerras. Él ha elegido habitar nuestra historia tal como es, con
todo el peso de sus limitaciones y de sus dramas. Al hacerlo, ha demostrado de
manera insuperable su inclinación misericordiosa y llena de amor por las
criaturas humanas. Él es el Dios-con-nosotros; Jesús es Dios-con-nosotros,
¿creen ustedes esto? (responden sí) ¿pero hacemos juntos esta confesión? Jesús
es Dios con nosotros, ¡todos!: ¡Jesús es Dios con nosotros! Otra vez: ¡Jesús es
Dios con nosotros!, Muy bien, ¡Gracias! ¡Jesús es Dios con nosotros!
Desde siempre y para siempre con nosotros en los
sufrimientos y en los dolores de la historia. El nacimiento de Jesús es la
manifestación de que Dios "toma partido" una vez por todas por el
hombre, para salvarnos, para levantarnos del polvo de nuestras miserias, de
nuestras dificultades, de nuestros pecados. De aquí viene el gran
"regalo" del Niño de Belén: una energía espiritual Él nos trae, una
energía que nos ayuda a no hundirnos en nuestras fatigas, en nuestra
desesperación, en nuestras tristezas, porque es una energía que enardece y
transforma el corazón. El nacimiento de Jesús, de hecho, nos trae la buena
noticia de que somos amados inmensamente e individualmente por Dios, ¡y este
amor no sólo nos lo hace conocer, sino que nos lo da, lo comunica!
De la contemplación gozosa del misterio del Hijo de Dios
nacido para nosotros, podemos sacar dos consideraciones:
La primera es que si en Navidad, Dios se revela no como alguien que
está en lo alto y domina el universo, sino como el que se abaja, ¡Dios se
abaja! Desciende a la tierra, pequeño y pobre, significa que para ser como Él,
no debemos ponernos por encima de los otros, sino más bien abajarnos, ponernos
al servicio, hacernos pequeños con los pequeños y pobres con los pobres. Pero
es algo feo cuando se ve un cristiano que no quiere abajarse, que no quiere
servir. Un cristiano que se pavonea por todos lados, ¿es feo eso, no? ¡Ese no
es un cristiano! ¡Ese es un pagano! ¡El cristiano sirve, se abaja! ¡Hagamos de
tal modo que estos nuestros hermanos y hermanas nunca se sientan solos!
En segundo lugar: si Dios, por medio de
Jesús, se comprometió con el hombre para llegar a ser como uno de nosotros,
quiere decir que cualquier cosa que hagamos a un hermano y una hermana lo
hacemos a Él. Nos lo recordó el mismo Jesús: aquel que haya alimentado,
recibido, visitado, amado uno de los pequeños y de los pobres entre los
hombres, lo habrá hecho al Hijo de Dios. Confiémonos a la materna intercesión
de María, Madre de Jesús y nuestra, para que nos ayude en esta Santa Navidad,
ya cercana, a reconocer en el rostro de nuestro prójimo, especialmente de las
personas más débiles y necesitadas, la imagen del Hijo de Dios hecho hombre. Que
María nos sostenga en nuestro propósito de donar a todos nuestro amor, nuestra
bondad y nuestra generosidad. De este modo seremos un reflejo y una
prolongación de la luz de Jesús, que desde la gruta de Belén, sigue irradiando
en los corazones de las personas, ofreciendo la alegría y la paz, a las que
aspiramos desde lo profundo de nuestro ser.
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